Page 21 - El Misterio de Belicena Villca
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al grupo moreno. Este último, en cambio, parecía estar persiguiendo al grupo
blanco pues su desplazamiento era aún más lento y su tarea consistía en destruir
o alterar mediante el tallado de ciertos signos las construcciones de aquellos.
Como decía, estos grupos jamás se detenían definitivamente en un sitio
sino que, luego de concluir su tarea, continuaban moviéndose hacia el Este.
Empero, los pueblos nativos que permanecían en los primitivos solares ya no
podían retornar jamás a sus antiguas costumbres: el contacto con los Atlantes los
había trasmutado culturalmente; el recuerdo de los hombres semidivinos
procedentes del Mar Occidental no podría ser olvidado por milenios. Y digo esto
para plantear el caso improbable de que algún pueblo continental hubiese podido
permanecer indiferente tras su partida: realmente esto no podía ocurrir porque la
partida de los Atlantes no fue nunca brusca sino cuidadosamente planificada,
sólo concretada cuando se tenía la seguridad de que, justamente, los pueblos
nativos se encargarían de cumplir con una “misión” que sería del agrado de los
Dioses. Para ello habían trabajado pacientemente sobre las mentes dúctiles de
ciertos miembros de las castas gobernantes, convenciéndolos sobre la
conveniencia de convertirse en sus representantes frente al pueblo. Una oferta tal
sería difícilmente rechazada por quien detente una mínima vocación de Poder
pues significa que, para el pueblo, el Poder de los Dioses ha sido transferido a
algunos hombres privilegiados, a algunos de sus miembros especiales: cuando el
pueblo ha visto una vez el Poder, y guarda memoria de él, su ausencia posterior
pasa inadvertida si allí se encuentran los representantes del Poder. Y sabido es
que los regentes del Poder acaban siendo los sucesores del Poder. A la partida
de los Atlantes, pues, siempre quedaban sus representantes, encargados de
cumplir y hacer cumplir la misión que “agradaba a los Dioses”.
¿Y en qué consistía aquella misión? Naturalmente, tratándose del
compromiso contraído con dos grupos tan diferentes como el de los blancos o los
morenos Atlantes no podía referirse sino a dos misiones esencialmente
opuestas. No describiré aquí los objetivos específicos de tales “misiones” pues
serían absurdas e incomprensibles para Ud. Diré, en cambio, algo sobre las
formas generales con que las misiones fueron impuestas a los pueblos nativos.
No es difícil distinguir esas formas e, inclusive, intuir sus significados, si se
observan los hechos con la ayuda del siguiente par de principios. En primer lugar,
hay que advertir que los grupos de Atlantes desembarcados en los continentes
luego del “Hundimiento de la Atlántida” no eran meros sobrevivientes de una
catástrofe natural, algo así como simples náufragos, sino hombres procedentes
de una guerra espantosa y total: el Hundimiento de la Atlántida es, en rigor de la
verdad, sólo una consecuencia, el final de una etapa en el desarrollo de un
conflicto, de una Guerra Esencial que comenzó mucho antes, en el Origen
extraterrestre del Espíritu humano, y que aún no ha concluido. Aquellos hombres,
entonces, actuaban regidos por las leyes de la guerra: no efectuaban ningún
movimiento que contradijese los principios de la táctica, que pusiese en peligro la
Estrategia de la Guerra Esencial.
La Guerra Esencial es un enfrentamiento de Dioses, un conflicto que
comenzó en el Cielo y luego se extendió a la Tierra, involucrando a los hombres
en su curso: en el teatro de operaciones de la Atlántida sólo se libró una Batalla
de la Guerra Esencial; y en el marco de las fuerzas enfrentadas, los grupos de
Atlantes que he mencionado, el blanco y el moreno, habían intervenido como
planificadores o estrategas de su bando respectivo. Es decir, que ellos no habían
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