Page 25 - El Misterio de Belicena Villca
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Guerreros de Origen Divino: lo eran, afirmarían luego, porque descendían de los
                 Atlantes blancos, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los Dioses. Pero los
                 Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una
                 Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial: es lo que
                 harían fielmente durante milenios... hasta que la Estrategia enemiga operando a
                 través de las Culturas extranjeras consiguió cegarlos o enloquecerlos y los llevó a
                 quebrar el Pacto de Sangre. Y aquella falta al compromiso con los Hijos de los
                 Dioses fue, como Ud. verá enseguida Dr., causa de grandes males.
                        Desde luego, el Pacto de Sangre incluía algo  más que la herencia
                 genética. En primer lugar estaba la promesa de la  Sabiduría: los Atlantes
                 blancos habían asegurado a sus descendientes, y futuros representantes, que la
                 lealtad a la misión sería recompensada por los Dioses Liberadores con la Más
                 Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al Origen, más allá de las
                 estrellas. Vale decir, que los Reyes Guerreros, y los miembros de la Aristocracia
                 de la Sangre, se convertirían también en Guerreros Sabios, en  Hombres de
                 Piedra, como los Atlantes blancos, con sólo cumplir la misión y respetar el Pacto
                 de Sangre; por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre
                 traerían graves consecuencias: no se trataba de un “castigo de los Dioses” ni de
                 nada semejante, sino de perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual
                 irreversible, más terrible aún que la  que había encadenado el Espíritu a la
                 Materia. “Los Dioses Liberadores, según la particular descripción que los Atlantes
                 blancos hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni castigaban por sus actos;
                 ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus miradas sólo
                 reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su
                 voluntad de abandonar la  materia; quienes amaban  la Creación, quienes
                 deseaban permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos
                 que, por sostener estas ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o
                 traicionaban el Pacto de Sangre, no afrontarían ¡no! ningún castigo: sólo era
                 segura la pérdida de la eternidad... a menos que se considerase un ‘castigo’ la
                 implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia todos los
                 Traidores”.
                        Con respecto a la Sabiduría, los  pueblos nativos recibían en todos los
                 casos una prueba directa de que podían adquirir un conocimiento superior, una
                 evidencia concreta que hablaba más que las incomprensibles artes empleadas en
                 las construcciones megalíticas: y esta prueba innegable, que situaba a los
                 pueblos nativos por encima de cualquier otro que no hubiese hecho tratos con los
                 Atlantes, consistía en la comprensión  de la Agricultura y de la forma de
                 domesticar y gobernar a las poblaciones animales útiles al hombre. En efecto, a
                 la partida de los Atlantes blancos, los pueblos nativos contaban para sostenerse
                 en su sitio, y cumplir la misión, con la poderosa ayuda de la Agricultura y de la
                 Ganadería, sin importar qué hubiesen sido antes: recolectores, cazadores o
                 simples guerreros saqueadores. El cercado mágico de los campos, y el trazado
                 de las ciudades amuralladas, debía realizarse en la tierra por medio de un arado
                 de piedra que los Atlantes blancos legaban a los pueblos nativos para tal efecto:
                 se trataba de un instrumento lítico diseñado y construído por Ellos, del que no
                 tenían que desprenderse nunca y al que sólo emplearían para fundar los sectores
                 agrícolas y urbanos en la tierra ocupada. Naturalmente, ésta era una prueba de la
                 Sabiduría pero no la Sabiduría en sí.  ¿Y qué de la Sabiduría?, ¿cuándo se
                 obtendría el conocimiento que permitía al Espíritu viajar más allá de las estrellas?

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