Page 276 - El Misterio de Belicena Villca
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otra parte, nos mostrará un panorama más desalentador: “probará”, echando
mano de inmundicias fósiles, que el hombre desciende de un protosimio llamado
“homínido” o sea de ese mísero y despreciable animal hombre que fue el
antepasado del hombre dormido. La “Ciencia” ha llevado el pasado del hombre a
su degradación más dramática vinculándolo “evolutivamente” con los reptiles y
gusanos. Para el hombre moderno ya no habrá ancestros Divinos sino simios y
trilobites. Realmente se necesita partir de un odio sobrehumano para desear que
el hombre se humille de manera tan triste.
Pero dejemos lo triste, seamos optimistas, ¿para qué mirar el pasado, dirá
la Sinarquía con la Voz de la Ciencia y la Teología, si el hombre es “algo
proyectado hacia el futuro”? En el pasado no hay nada digno de respeto: unos
primitivos crustáceos marinos hundidos en el cieno tratando de ganar el medio
terrestre, impulsados por la “evolución”; millones de años después unos simios
deciden hacerse hombres: impulsados nuevamente por la milagrosa “ley de
evolución” se vuelven bípedos, fabrican herramientas, se comunican hablando,
pierden el pelo y entran en la Historia; y luego viene la Historia del hombre: los
documentos, la Civilización, la Cultura. Y en la Historia continúa implacable la
“evolución”, convertida ahora en una ley más inflexible llamada dialéctica: los
desaciertos de la humanidad, las guerras, la intolerancia, el fascismo, son
“errores”; los aciertos, la paz, la democracia, la O.N.U., la vacuna Sabín, son
“éxitos”. De la puja entre éxitos y errores surge siempre un estadio superior, un
beneficio para la Humanidad futura, confirmándose la tendencia evolutiva o
progresista. ¿Acaso no es esa tendencia progresista de la Historia todo lo bueno
que cabe esperarse del pasado?
Por eso seamos optimistas; miremos al futuro; allí están todos los bienes,
todas las realizaciones; el teólogo asegura que tras un juicio futuro a los buenos
se les abrirán las puertas del paraíso, los rosacruces, masones y otros
teosofistas, sitúan en el futuro el momento en que, concluida parcialmente la
“evolución espiritual”, el hombre se identifica con su mónada, o sea con su
“Arquetipo Divino” y se incorpora a las Jerarquías Cósmicas dependientes del
Demiurgo; y hasta los materialistas, ateos o cientificistas, presentan una imagen
venturosa del futuro: nos muestran una sociedad perfecta, sin hambre ni
enfermedades, en donde un hombre, tecnócrata y deshumanizado, reina feliz
sobre legiones de androides y robots.
No abundaré en detalles sobre un hecho por demás evidente: se ha
intentado borrar el pasado del hombre desconectando a éste de sus raíces
hiperbóreas; no se ha logrado borrar totalmente dicho pasado, pero, en
compensación, se ha conseguido crear una fractura metafísica entre el hombre y
sus ancestros Divinos, de modo tal que, en la actualidad, un abismo lo separa de
los recuerdos primordiales; un abismo que tiene nombre: confusión.
Paralelamente con tan siniestro propósito se ha “proyectado al hombre hacia el
futuro” eufemismo utilizado para calificar a la ilusión del progreso que padecen
los miembros de las Civilizaciones modernas. Tal “ilusión” es generada
culturalmente por poderosas “ideas fuerza” empleadas hábilmente como arma
estratégica: el “sentido de la Historia”, la “aceleración histórica”, el “progreso
científico”, la “educación”, “civilización versus barbarie”, etc. Los hombres,
condicionados de ese modo, creen ciegamente en el futuro, miran sólo hacia él, y
aún los fatalistas, que avizoran un “negro futuro”, admiten que si una excepción
imprevisible o un milagro ofrece una “salida” a la Civilización ella se encuentra, de
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