Page 333 - El Misterio de Belicena Villca
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obligaré a la Bestia
                                      a que abra las Puertas
                                      en bien de nuestra gesta.
                                      ¡Proceded Hierofantes
                                      que Isa está dispuesta!

                        En ese momento tres cosas sucedieron simultáneamente: el Sol llegó a su
                 zenit; la música cesó de golpe, inundando los oídos de silencio; y de una
                 puñalada certera el Hierofante segó la vida de la bella Princesa Kassita. El
                 cuchillo de jade degolló limpiamente el cuello níveo por encima del collar bicéfalo.
                 Dos Iniciados sostuvieron el cuerpo  exánime mientras la sangre caía a
                 borbotones sobre la brillante  gema y se introducía en su hendidura uterina,
                 convertida ahora en ávida garganta. Entonces comenzaron a ocurrir las cosas
                 más maravillosas que ojos humanos hubieran contemplado desde muchos siglos
                 atrás.
                        Quienes se hallaban dentro de la  torrecilla pudieron contemplar una
                 escena terrorífica: al caer la sangre se apagó por un instante la luz que emanaba
                 de la Esmeralda, pero luego, como una saeta, una columna de fuego se elevó
                 raudamente del piso de la torrecilla  envolviendo al pedestal y a la gema. El
                 cuerpo de la Princesa yacía en el suelo, imposible de ver bajo impenetrables
                 nubes de vapor geoplasmático que, a cada instante, se hacían más densas. Sin
                 embargo una imagen espectral, con su misma belleza desnuda, podía observarse
                 claramente junto a la columna de fuego entregada a una especie de forcejeo. El
                 portento ígneo, que en un primer momento no superaba el espesor de una pata
                 de elefante, era ahora tan ancho como un círculo de seis hombres. Inicialmente
                 había serpenteado fieramente semejando un infernal ofidio, pero luego, al
                 expandirse, fue adoptando lentamente la inconfundible figura del Dragón. Era un
                 Dragón flamígero cuya espantosa imagen se hacía a cada instante más nítida, en
                 la medida en que aumentaba el forcejeo con el fantasma de la Princesa Isa.
                        Conviene aclarar que sólo habían transcurrido unos minutos desde que la
                 Princesa expirara hasta  el momento en que se materializara el monstruo de
                 fuego. Conviene aclararlo porque a partir de allí todo sucedió demasiado rápido...
                 o quizá los testigos perdieron la noción del tiempo.
                        De pronto las fauces de  aquella bestia primitiva,  aquel Leviatan, Rahab,
                 Behemoth, o Tehom-Tiamat exhalaron un rugido terrible, al tiempo que una
                 enorme llamarada barría la estancia consumiendo y carbonizando a numerosos
                 Hierofantes. Sólo los sobrevivientes pudieron observar el increíble espectáculo de
                 aquella bestia de fuego  jineteada por la Iniciada muerta. La Princesa Isa, su
                 fantasma, había trepado a la cabeza del monstruo sentándose entre las aletas
                 triangulares del escamado lomo. Esa audaz acción hizo que el monstruo emitiera
                 el infernal rugido y la mortífera flama. No obstante  tal reacción y las feroces
                 sacudidas de la bestia, la Princesa repetía imperturbablemente estas palabras:



                                      –Espíritu de Enlil, de El, de Yah y de Il
                                      que fecundas la Tierra
                                      y produces la vida
                                      y engañas a los hombres
                                      con tu falsa opulencia

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