Page 335 - El Misterio de Belicena Villca
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La Princesa dibujó rápidamente su símbolo en la frente del monstruo y he
aquí que el prodigio mayor aún no había sido alcanzado. La horrible criatura de
fuego se disparó hacia arriba, como un resorte, atravesando el techo de la
torrecilla y llevando en su testa a la bella jinete.
Quienes estaban afuera, en los pasillos del Zigurat y alrededor de su base,
aún hacían silencio pues sólo habían transcurrido unos minutos desde que
cesara la música y porque los terroríficos rugidos que emitía el monstruo, invisible
para ellos, bastaban para silenciar cualquier garganta. En el momento que la
Princesa dibujaba el Signo primordial y el Dragón se elevaba, un grito de espanto
brotó de todas las bocas. Justo sobre la torrecilla, a no mucha distancia de su
techo, el Cielo se corrió como si se hubiera rasgado una tela.
Una negra abertura era ahora claramente visible para todos los que
presenciaban el extraño fenómeno. Y lo más curioso y anormal era que el
tenebroso agujero ocultaba totalmente al Sol, a pesar de que éste, por hallarse
mucho más alto, debería verse desde algún ángulo lejano. Sin embargo nadie
vio más al Sol, aunque su luz seguía iluminando el medio día como si estuviera
en su zenit. Es comprensible que sometidos a tan intensas emociones nadie se
preocupara por la suerte del Sol pues, en tanto que el terror había paralizado a
los cobardes habiros, los Kassitas aullaban de furia elevando los puños hacia el
cielo. Es que el espectáculo era impresionante y justificaba cualquier distracción.
El monstruo de fuego, luego de que la Puerta del Cielo se abriera, se había
transformado totalmente. En un primer momento pareció como si la espantosa
cabeza se hubiese introducido en la tenebrosa abertura ya que sólo era visible un
cilindro resplandeciente, como un haz de fuego, que surgía de la torrecilla y se
internaba en las alturas. Pero pronto fue evidente que una metamorfosis estaba
ocurriendo y al cabo de unos segundos un nuevo prodigio se ofrecía a la azorada
vista de los habitantes de Borsippa. Primero se tornó bulboso y se cubrió de
protuberancias, mientras cambiaba de color y se teñía de marrón; luego, muy
rápidamente, los bulbos se extendieron hacia afuera y se transformaron en
afiladas ramas cubiertas de agudas púas y de algunas hojas verdes; apenas
unos segundos después era un gigantesco árbol de espino el que se erguía,
insólitamente, sobre el Zigurat del Rey Nimrod.
Desde la base de la Torre sólo se veía parte del tronco y del follaje
superior, pues la copa parecía perderse adentro de la Puerta del Cielo mientras
que la raíz permanecía oculta a la vista, en el interior de la torrecilla. Pero lo que
vale la pena destacar es que, no bien se completó la metamorfosis, desapareció
todo vestigio de fuego, energía o plasma, y el fenómeno se estabilizó no
produciéndose más cambios. Parecía entonces como si el árbol espino hubiese
estado siempre allí... si no fuera por la siniestra rasgadura del Cielo que sugería
atrozmente todo tipo de anormalidades y alteraciones del orden natural.
Pero nadie dispuso del tiempo suficiente como para horrorizarse. No bien
se hubo abierto el Cielo dos figuras corrieron velozmente hasta la última rampa,
la que conducía a la terraza de la torrecilla, y, ya allí, tensaron los arcos
apuntando hacia el Umbral. Eran Nimrod y Ninurta, el Rey y el bravo General, los
únicos guerreros que poseían la coraza de metal y que, por eso, avanzaban
primero, protegidos por la Elite de arqueros.
El Rey y el General apuntaban sus arcos hacia las tinieblas de la abertura
tratando de distinguir un blanco cuando, súbitamente, dos figuras emergieron
blandiendo sendas espadas. Los Demonios, con aspecto de “hombre de raza
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