Page 484 - El Misterio de Belicena Villca
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–Me miras con incredulidad neffe –se disculpaba tío Kurt– y te comprendo;
                 es difícil entender lo que sentíamos en esos días los jóvenes germanos, aún
                 extranjeros como Yo. Egipto era la patria amada, la tierra donde nací y crecí.
                        Pero Alemania era otra cosa.
                        La Tierra de Sigfrido y  del Führer; del Río Rhin y de Lorelay; de las
                 Walkirias y de los Nibelungos. Era una “Patria del Espíritu”, donde se nutría al
                 mito, la leyenda y la tradición de nuestros mayores.
                        Una patria eterna y lejana que de pronto se tornaría real por intermedio de
                 ese viaje fabuloso. Habíamos sido educados en una mística cuya formulación
                 era: “Sangre y Suelo”; obrábamos en consecuencia.
                        A fines de Julio, pleno verano europeo, arribamos a Venecia, punto final de
                 nuestro viaje por mar, desde donde tomaríamos una combinación de trenes hacia
                 Berlín. Estábamos prontos a descender del Barco cuando el Capitán nos anunció
                 que deberíamos pasar por las oficinas, que la compañía posee en el puerto, para
                 retirar un mensaje.
                        Llegamos allí, con el corazón oprimido pensando en malas noticias de
                 Egipto, para encontrar en cambio, una carta con membrete oficial del Tercer
                 Reich. En ella, Rudolph Hess nos advertía que estaría ausente de Berlín hasta la
                 segunda semana de Agosto pero que,  si deseábamos visitarlo enseguida,
                 podríamos dirigirnos a la Alta Baviera. La causa de esto era que el Führer había
                 decidido descansar unos días en su Villa  “Haus Wachenfeld”, sobre el
                 Obersalzberg, en  Berchtesgaden y parte de su gabinete le acompañó
                 alojándose en hosterías cercanas. Rudolph Hess y su esposa Ilse se hallarían
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                 encantados de recibirnos si decidíamos ir hasta allí .
                        Papá no podía ocultar su satisfacción pues esta situación era por demás
                 beneficiosa para nuestros planes. Por un lado nos ahorrábamos de viajar cientos
                 de kilómetros, pues de Venecia a Berchtesgaden hay sólo doscientos kilómetros
                 en tanto que a Berlín más de mil. Por otro lado teníamos la posibilidad de
                 entrevistar a Rudolph, fuera de todo protocolo oficial, sin padecer la interferencia
                 de secretarias o asistentes y disponiendo de tiempo para conversar y recordar las
                 buenas épocas.

                        La vista de la legendaria Venecia, el paso por Austria y la llegada a los
                 Alpes Bávaros, fueron el umbral de mi ingreso a un mundo nuevo y maravilloso.
                        Desde el momento en que pisé suelo Bávaro, noté que el aire estaba como
                 electrizado, como si un oculto motor enviase vibraciones poderosas a través del
                 éter. Era algo tan evidente en esos días –o años– que cualquiera que estuviese
                 medianamente predispuesto, podía percibirlo.
                        Esas vibraciones, que no se captaban  con un órgano físico, llevaban al
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                 espíritu receptor un mensaje: ¡Alemania despierta! . Pero esta traducción en dos
                 palabras es burda; parece una proclama patriótica elemental, no transmite
                 cabalmente lo que evocaba en nuestro Espíritu esa fuerza misteriosa. Trataré de
                 explicarlo. ¡Alemania despierta! decía y quien escuchaba no pensaba en la
                 Alemania geográfica, ni siquiera en el Tercer Reich, sino que se sentía
                 claramente en otro mundo, sin fronteras, en una Alemania sin Tiempo ni Espacio,
                 cuyos únicos límites eran justamente los fijados por esta misma vibración.


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                  En Reichcoldsgrun, Baviera, estaba la casa “alemana” de la familia Hess, construida por el padre de Rudolph. Sin embargo las vacaciones del Stellvertreter
                 transcurrían habitualmente en Berchtesgaden, cerca de la residencia del Führer.
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                   Deutschland erwacht.
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