Page 486 - El Misterio de Belicena Villca
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–Herr Hess se encuentra aún acostado, –dijo el oficial de la               – Se
                 alegrará de verlos pues los espera desde hace varios días. Siéntese en el living,
                 por favor, mientras preparo café.

                        Media hora después aparecía Rudolph Hess, impecablemente vestido con
                 equipo de gimnasia: pantalón, rompevientos y zapatillas azules. Alto, fornido, de
                 rostro cuadrado y cejas espesas, se  destacaban claramente los ojos negros y
                 brillantes que parecían atraer la atención puesta en él.
                        Apenas sonriente, se detuvo un momento a mirar a Papá y luego se
                 confundieron en un abrazo  que arrancó en ambos exclamaciones de alegría y
                 espontáneas carcajadas. Hacía muchos años que Yo no lo veía y, por lo tanto,
                 guardaba de él un recuerdo muy vago, pero me sorprendió descubrir una timidez
                 que no podía ni imaginar en el poderoso lugarteniente del Führer.
                        Se volvió hacia mí y me observó admirado.

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                        –¿Dieser mein patekind?   –dijo como para sí–. ¡Cómo pasa el tiempo!
                 ya es todo un hombre. Un nuevo hombre para un nuevo Reich.
                        –Dime Kurt –se dirigía esta vez a mí– ¿no deseas quedarte en Alemania?
                 Aquí podrías estudiar y servir a la patria.
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                        –Sí taufpate   Rudolph, –respondí alborozado– eso es lo que quiero. Mi
                 mayor ambición es ingresar a la Escuela NAPOLA.
                        –Esa sí que es una gran ambición –dijo Rudolph Hess– veremos qué
                 podemos hacer.
                        En ese momento entró Ilse Prohl de Hess a quien Papá no conocía pero
                 que luego de hechas las presentaciones, parecía ser una amiga de toda la vida.
                 Esto se debía a que Ilse era una mujer sencilla y enérgica, pero dueña de una
                 gran amabilidad. Antigua militante nacionalsocialista estaba alejada de la política
                 desde su casamiento con Hess en 1927 y manifestaba, a poco de estar hablando
                 con nosotros, el deseo de tener hijos, que Dios parecía negar. –Recién cinco
                 años después, nacería el único hijo de Rudolph Hess, Wolf, pero esa es otra
                 historia–.
                        Pasamos una semana en Berchtesgaden durante la cual Rudolph, Ilse y
                 Papá intimaron en varias ocasiones, cuando ellos no iban a Haus Wachenfeld a
                 ver al Führer que por otra parte se hallaba asediado por Goering y otros
                 miembros del partido.
                        En esas veladas, cuando Papá y los  Hess intercambiaban recuerdos y
                 anécdotas, Yo solía interrogar durante horas al oficial de la   encargado de la
                 custodia. Según mi criterio de aquellos días, no existía una meta más digna de
                 los esfuerzos de un joven alemán, que llegar a pertenecer al cuerpo de Elite de la
                  .
                        Un día, de los primeros que pasamos en Berchtesgaden, Papá y Rudolph
                 se retiraron para hablar a una galería  exterior, ubicada sobre una ladera y
                 protegida por una baranda que rodeaba la casa. Normalmente no hubiera hecho
                 caso de ellos, pero algo en los gestos, un tono de cuchicheo en la conversación,
                 me alertó sobre la posibilidad de que estuvieran hablando de mí.





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                   ¿Dieser mein patekind? ¿Este es mi ahijado?
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                   Taufpate: Padrino.
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