Page 500 - El Misterio de Belicena Villca
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–Acepto tu palabra, Kurt –me dio la mano para sellar el pacto–. Hay en
                 todo este asunto varios puntos extraordinarios. El primero es el lugar de la
                 misión: El Tíbet. Evidentemente nos  equivocábamos cuando presumíamos que
                 se trataría de espionaje. En el Tíbet no hay nada para espiar; allí se va a buscar
                 otra cosa. Y eso no es todo. Tampoco es claro el criterio puesto en la selección
                 de nuestro grupo, pues no se han elegido los mejores sino los más obsecuentes
                 con el Profesor Ernst Schaeffer. ¿Qué dices a todo esto Kurt?
                        –Después del incidente que he  tenido hoy, no podría opinar
                 imparcialmente sobre el Profesor Schaeffer, pero admito que hay algo anormal en
                 todo esto –dije reflexionando sobre lo que me confiaba Oskar.
                        –Si alguna duda tenía –continuó– ésta se disipó hace un rato, cuando
                 discutió contigo. El no te rechazó por algún motivo profesional, sino porque algo
                 en ti, algo espiritual, podría hacer fracasar la misión. Y ese algo es para él
                 sumamente odioso. No me gusta nada toda esta locura. ¿Crees que debería
                 renunciar al grupo?
                        –No sé distinguir ya lo bueno de lo malo –dije con tristeza– pero veo una
                 buena razón para que continúes en la misión al Tíbet: ¡eres la única persona
                 cuerda de ese grupo y alguien debe contar las cosas como son a la vuelta del
                 viaje!
                        Rió Oskar con mi respuesta.
                        –Creo que te haré caso –dijo– pero será a ti a quien tenga al tanto de todo
                 lo que ocurra.
                        Me sentía halagado por la confianza de Oskar.
                        –Otra cosa Kurt –continuó–. Sé que dejarás pasar lo de hoy y pronto lo
                 olvidarás, pues así es tu carácter generoso, pero esta vez seré Yo quien te
                 aconseje: ¡habla con tu Tutor y cuéntale todo lo ocurrido hoy! Se dicen cosas
                 increíbles sobre los poderes espirituales de Rudolph Hess; nadie mejor que él
                 para analizar la incalificable actitud de Ernst Schaeffer. Prométeme que lo
                 pensarás, por lo menos.
                        –Lo pensaré, lo pensaré –dije sorprendido por la sugerencia de Oskar–. Te
                 lo prometo, aunque recién veré al taufpate dentro de un mes, para la graduación.
                        Nos despedimos y una hora más tarde, abordaba el tren a Berlín sumido
                 en sombrías cavilaciones.


                 Capítulo XI


                        La ceremonia de fin de clases se realizaba, conjuntamente con otras
                 escuelas, en un gran festival, con desfiles multitudinarios de la Juventud
                 Hitleriana, que culminaban en el Estadio de Berlín. Allí la plana mayor del Tercer
                 Reich, encabezada por el Führer, establecía un contacto directo con la juventud
                 por medio de discursos y proclamas.
                        Papá había venido de Egipto especialmente para asistir a la graduación,
                 siendo invitado por Rudolph Hess para concurrrir a una fiesta a celebrarse esa
                 noche en la Cancillería. Sería ésta, a mi juicio, la oportunidad esperada para
                 aclarar muchas incógnitas.
                        A las 10 en punto de la noche subimos las escaleras de mármol de la
                 Cancillería. Papá, elegantemente vestido de jaquet, y Yo, con el uniforme de las

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