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168 Antoni Gonzalo Carbó | El Azufre Rojo VIII (2020), 153-199. | ISSN: 2341-1368
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sólo pudiese mirar dentro de sí mismo.» Y esta extraña coincidencia de aparición exterior
y visión interior que el poeta percibe cuando contempla el paisaje toledano, le hace expresar
con toda lucidez su propio destino poético y, por eso mismo, vital: «Contemplar este mundo,
ya no desde el hombre, sino desde el ángel, es quizá mi auténtica tarea, o al menos la tarea
en la que conf uyen todos mis intentos anteriores.» 34
Porque, en principio, lo invisible es espacio prohibido para el hombre, espacio únicamente
habitable por los ángeles y los muertos. Pero cuya iluminación puede, sin embargo, descend-
er al arte, a la poesía, en la germinación laboriosa de la obra, desde «los coros angélicos».
Las imágenes presentan siempre una doble faz: son imitación o sombra del mundo y de los
cuerpos sensibles, pero son también visualización de lo invisible. La verdad es que, poco a
poco, Rilke iba comprendiendo que todas las formas de la materia tienden a transformarse
en ángel. El alma invade las cosas y las espiritualiza, porque necesita y busca un cuerpo
donde «existir». Los seres alados que pintaba El Greco, como los ángeles rusos –hijos de la fe
ortodoxa– tenían algo terrible y luminoso. Realmente El Greco y Rilke comparten la misma
visión angélica del horizonte y, por eso, sus f guras y sus paisajes aparecen deformados en
escorzos patéticos. Ambos son unos «videntes». Rilke visionario, en su estancia en Toledo.
Lo invisible se transforma en visible y, a veces, no tenemos ojos para verlo… El hombre se
convierte en ángel, pero –¡ay!– también el ángel entra en los hombres, aunque no sabemos
cómo se realiza esa transf guración… «Esto es lo nuestro: ignorar cómo se sale / del enga-
ñoso recinto interior» («Unser ist: den Ausgang nicht zu wissen / aus dem drinnen irrlichen
Bezirk») .
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A partir de entonces, Rilke hablará siempre de distancia y de lejanía entre su alma y su
cuerpo. En sus últimos años le veremos librar un esforzado combate –incluso en su poesía–
para armonizar su desarrollo espiritual con las f aquezas de su salud. No se entiende con los
médicos porque los considera «intermediarios» que no pueden ayudarle en este proceso de
curación que corresponde sólo a él. Mostrará hacia ellos la misma desconf anza que siente
por el psicoanálisis y por los ministros de la Iglesia, a quienes considera intercesores inútiles
para el desarrollo de su fe religiosa. Rilke tenía una obsesión: la búsqueda de una muerte
propia. Había comenzado a plantear estos temas en su obra cuando era muy joven, capaz
ya de vislumbrarlos pero incapaz de convertirlos todavía en un método iniciático. ¿Qué otra
cosa es el lamento angustioso del Malte Laurids?
33 Carta a Ellen Delp, Keferstrasse 11, Múnich, 17 de octubre de 1915.
34 Cf. A. Pau Pedrón, Rilke en Toledo, o.c., p. 76 (véanse a su vez las pp. 6, 59, 60, 76, 110, 111); id., Vida
de Rainer Maria Rilke, o.c., pp. 259-60.
35 Cit. M. Wiesenthal, o.c., p. 760.