Page 28 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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comprensión respecto a los sentimientos e ideas de los otros pueblos así como para las
razones en que fundan sus aspiraciones vitales. La generación de esta nueva Alemania
que hasta ahora no ha conocido más que la necesidad, la miseria y el dolor del propio
pueblo, ha padecido ya demasiado bajo esta locura para que pueda pensar en
ocasionarles a los demás iguales desgracias.
Estamos ligados por un infinito amor y fidelidad a nuestra nacionalidad y, fundándonos
en esta forma de sentir y pensar, sabemos respetar los derechos nacionales de los otros
pueblos y quisiéramos de todo corazón vivir con ellos en paz y amistad.
Por esta razón nosotros no conocemos el concepto de la germanización. La mentalidad
del siglo pasado por la cual se creía que era posible convertir en alemanes a polacos y
franceses nos es tan extraña que nos obliga a volvernos apasionadamente contra
cualquier intento en sentido contrario.”
El Reichstag aprobó con entusiasmo estas declaraciones mostrando así ante la opinión
mundial el deseo unánime de paz de todo el pueblo alemán.
En el Congreso del Partido en Nuremberg, en septiembre de 1933, el jefe de la sección
de política extranjera del partido obrero alemán nacionalsocialista, Alfred Rosenberg,
declaró con toda sinceridad que el verdadero nacionalsocialista es un defensor auténtico
de la paz porque par él el tesoro más preciado es la sangre de su pueblo, que sólo debe
ofrendarse en caso extremo.
Un mes más tarde, al separarse Alemania de la Sociedad de las Naciones y abandonar la
Conferencia del Desarme, Hitler creyó que era su deber explicar ante la opinión pública
el motivo de este paso tan significativo y tan grave. Esto lo hizo en su discurso radiado
el 14 de octubre en el que, entre otras cosas, y en una forma clara y decisiva, habló
sobre las relaciones con Francia tomando como base algunas de las manifestaciones del
jefe del Gobierno francés.
“Estimo”- así decía el Führer- “como la señal de un noble pensamiento de justicia el
que el presidente del Consejo de Ministros francés, Sr. Daladier, haya encontrado
palabras de un espíritu conciliador tal, que millones de alemanes le guardan un profundo
reconocimiento. La Alemania nacionalsocialista no tiene ningún otro deseo que el de
derivar la carrera emprendida por los pueblos europeos hacia los campos en donde
éstos, bajo la más noble emulación, han dado a la Humanidad entera aquellos
magníficos bienes de la civilización, de la cultura y del arte que hoy enriquecen y
embellecen al mundo.
Igualmente escuchamos con emoción y esperanza las manifestaciones de seguridad de
que el gobierno francés, bajo la presidencia de su actual jefe, no intenta ni humillar ni
ofender al pueblo alemán. Y nos conmueve la indicación hecha sobre esta, por
desgracia, tan triste verdad, de que estos dos grandes pueblos han sacrificado a menudo
en los campos de batalla la sangre de sus mejores hijos. Hablo en nombre de todo el
pueblo alemán cuando aseguro que estamos llenos del sincero deseo de extinguir una
enemistad cuyas víctimas causadas no guardan proporción alguna con cualquier
ganancia posible.
El pueblo alemán está convencido de que su honor militar ha quedado limpio y sin
mácula alguna en mil batallas y de la misma manera vemos nosotros en el soldado
francés a nuestro antiguo y glorioso enemigo. A nosotros y al pueblo alemán entero nos
haría felices la idea de ahorrar a nuestros hijos y nietos lo que, como hombres de honor,
hemos tenido que ver y padecer nosotros mismos en largos años de sufrimientos y
dolores. La historia de los últimos ciento cincuenta años con sus variadas alternativas
debiera haber enseñado a ambos pueblos algo muy importante: que aun a costa de
mucha sangre no pueden alcanzarse variaciones esenciales de alguna duración. Como
nacionalsocialista, y conmigo todos mis partidarios, y basándome en nuestros principios
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