Page 33 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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alemán se vio obligado por la ley sobre la reorganización del ejército a tomar por su
cuenta las medidas necesarias, para terminar de una vez con aquel estado impotente e
indefenso que para un gran pueblo y una gran nación es tan humillante como peligroso.
El gobierno alemán partió de las mismas consideraciones que, en un discurso sobre el
rearme inglés, expresó el presidente del Consejo Baldwin:
“Un país que no está dispuesto a tomar las medidas necesarias de precaución para su
propia defensa, en este mundo jamás tendrá poder, ni moral ni materialmente.”
Con más amplitud se trata este principio de la necesidad de la propia defensa en el libro
blanco inglés del 4 de marzo de 1935, en el que se justifica el rearme inglés. La
Alemania de Hitler hace suyas las palabras del general francés Weygand: “Queremos
ser fuertes, no para amenazar sino para defendernos”.
En la solemne proclamación del Gobierno dirigida al pueblo alemán con motivo del
restablecimiento del servicio militar obligatorio, no se expresa, en efecto, ninguna otra
idea cuando se dice:
“Lo que el gobierno alemán desea, como guardián del honor y de los intereses de la
nación alemana, no es más que asegurar la cantidad de medios defensivos, necesaria no
sólo para mantener la integridad de la nación alemana, sino también para conservar el
respeto internacional y la estimación de Alemania como fiadora de la paz universal.”
Hitler cree que la medida de los armamentos está determinada por la de los peligros que
amenazan a un país. Para juzgar de ello, sólo es competente la nación misma.
“Si la Gran Bretaña fija actualmente el límite de sus armamentos -decía el Führer- todo
el mundo en Alemania comprenderá, ya que no se puede pensar de otra manera, que
para tomar las medidas necesarias en la protección del imperio británico sea Londres
exclusivamente el que decida. De la misma manera debe comprenderse por los demás
que el determinar el armamento para la defensa de Alemania sólo sea de su exclusiva
incumbencia y que nadie más que Berlín resuelva sobre esto.”
Un tercer postulado de la política exterior de Adolfo Hitler proclama que el mejor
medio para la paz es una inteligencia directa entre los pueblos interesados.
El Führer ha expuesto varias veces este principio en sus discursos y declaraciones: por
ejemplo, en una conversación que tuvo el 4 de abril de 1934 con el Sr. Lochner,
representante de la Associated Press, a quien manifestó que nada sería para él más grato
que poder hablar personalmente con los jefes responsables de las otras naciones.
Alemania ha realizado ya este deseo en sus relaciones con Polonia e Italia; en la misión
conciliadora de von Papen en Austria, en el compromiso del Saar, en el convenio naval
anglo-alemán. Todos estos tratados se concertaron fuera de la Sociedad de las Naciones.
De ahí saca Hitler la conclusión de que los tratados bilaterales de seguridad, o sea, de no
agresión y de neutralidad, son preferibles a los pactos colectivos.
A esta concepción ha llegado el nacionalsocialismo porque la Sociedad de las Naciones
ha fracasado en el campo de la “inteligencia mediata” y en el de la “seguridad
colectiva”. La opinión pública mundial está también convencida de que es necesaria una
reforma de la institución ginebrina. Hitler no cree en la imparcialidad de esta
institución. Respondiendo a una pregunta que le fue formulada por el periodista inglés
Ward Price, en octubre de 1933, el Führer manifestó que no cree en un porvenir de la
Sociedad de Naciones mientras esta se haga cada vez más la protectora de los intereses
de determinados Estados contra aquellos de otros Estados.
El Ministro de RR. EE., Barón von Neurath, en un discurso pronunciado en el Congreso
internacional de Carreteras, sostuvo que la Sociedad de Naciones necesita ser reformada
a fondo para hacer de ella un instrumento útil para la paz. El ministro habló luego de los
métodos de los sistemas colectivos que fueron introducidos por el Dictado de Versalles
y añadió:
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