Page 32 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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tratado no cree al vencido un estado de humillación y de inferioridad que a la larga sería
insoportable y sólo puede constituir el germen de nuevas discordias y guerras.
Basta recordar para ello el punto de vista adoptado por Bismarck después de las guerras
de 1866 y 1870/71, de que para concluir un tratado de paz hay que tener presente las
necesidades vitales y el honor del vencido. En su discurso del 1º de septiembre de 1866,
el Canciller de hierro dijo ante la Cámara de diputados:
“Un acuerdo de paz será difícil que llegue a realizarse en asuntos exteriores si se exige
que le preceda la confesión por una de las partes: Reconozco que he obrado
injustamente.”
En sus “Gedanken und Erinnerungen” (Ideas y memorias) Bismarck escribía:
“En nuestras relaciones últimas con Austria me importaba sobre todo resguardarme en
lo posible de recuerdos mortificantes, si esto pudiera hacerse sin que perjudicara a la
política alemana. La entrada victoriosa en la capital enemiga hubiera sido naturalmente
un recuerdo satisfactorio para nuestros militares, pero no era necesario para nuestra
política. En el sentimiento de dignidad propia de los austríacos habría quedado una llaga
que, sin ninguna necesidad urgente para nosotros, hubiera aumentado las dificultades en
nuestras relaciones futuras. En todo caso era de la mayor importancia el saber si el
estado de ánimo que habían de conservar nuestros adversarios, sería irreconciliable e
incurable la herida que nosotros les habíamos inferido en su propia dignidad.”
Así se explica que Austria, antes enemigo de Prusia, fuera luego incluso un aliado de
ésta.
El 25 de octubre de 1871, con motivo de tratar sobre las relaciones francoalemanas
después de la guerra, Bismarck declaró en el Parlamento:
“No estimamos como misión nuestra el perjudicar a nuestro vecino más de lo que sea
absolutamente necesario para asegurar el cumplimiento de la paz; por el contrario,
creemos que es nuestro deber, siempre que no perjudique nuestros intereses, el serle útil
y darle ocasión de restablecerse de la desgracia que ha caído sobre su país.”
Cuando un diplomático alemán le planteó a Bismarck la exigencia de imponerle a
Francia condiciones de paz extraordinariamente duras, el Canciller respondió que
Francia debía continuar siendo una gran potencia para que el concierto europeo no se
alterara. Además, ya es sabido que Bismarck era contrario a la anexión de Lorena y que
tuvo que ceder al partido militar que insistía en pedir la posesión de Metz.
El canciller del Emperador Guillermo I se esforzó, como se ve, después de las guerras
de 1866 y 1870/71, en mantener el respeto al enemigo vencido, impidiendo así crear en
él un deseo de venganza y, al mismo tiempo, en evitar todo engreimiento del vencedor,
faltas éstas que son igualmente perjudiciales para la paz.
Esta visión política faltó desgraciadamente en los hombres del Estado que después de la
guerra mundial se reunieron en la Sala de los Espejos de Versalles y sólo se
preocuparon de garantizar su seguridad futura mediante la absoluta humillación moral y
material de Alemania.
Otro postulado fundamental de la política de Adolfo Hitler es que los tratados duraderos
relativos a la limitación de los armamentos sólo pueden estar basados sobre el noble
derecho a la propia defensa nacional. Alemania está dispuesta, desde luego, a realizar
todas las limitaciones de los armamentos que hayan sido aceptadas por las demás
potencias, pero se reserva el derecho a la propia defensa en la medida que sea necesaria.
Este principio no es nuevo, sino que tiene en la historia dignos predecesores. El
presidente de los Estados Unidos. Hoover, indicó -en su declaración del 22 de junio de
1932, sobre la conferencia del Desarme- que los armamentos de los Estados deben ser
regulados por el derecho o la moral de la defensa. El 16 de marzo de 1935, el gobierno
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