Page 398 - Egipto TOMO 2
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tributarios del Asia occidental, aprovechándose del cisma promovido por Chu-en-aten;
de las perturbaciones interiores á que dio lugar en Egipto el fallecimiento del reformador,
sin sucesión masculina, y de las tretas puestas en juego por los pretendientes, formaron
nuevas coaliciones con el objeto de fortalecer de nuevo su resistencia, punto ménos que
del todo destruida, merced á los esfuerzos realizados durante la dominación de los Thutmosis.
Los dietas, poderosos ya en tiempo de Thutmosis III, se pusieron al frente de esta
confederación de Estados, y estaban gobernados por reyes que guiaban por sí mismos al
combate ejércitos considerables, compuestos de peones y de hombres que peleaban montados
en carros de guerra. Según parece, el alzamiento de los chelas á que nos referimos, tuvo
efecto en tiempo de su rey Saplel. Es posible que el
primer Ramsés, que- en su persona ele\ r ó al trono una
nueva dinastía, la décimanona, adquiriera sus derechos
á la corona merced al éxito con que condujo contra los
mismos las fuerzas que constituian el ejército egipcio.
Existen no pocos antecedentes para sostener que por las
venas de Ramsés I circulaba sangre semita, y que era
originario de Tanis en la Delta. No son muchas las
noticias que tenemos respecto de su persona y de las de
su hijo Seti I y su nieto Ramsés II, cuyos dos reinos,
informados por el mismo espíritu y en realidad paralelos
ambos durante largos años, se hallan designados por los
escritores griegos bajo el nombre común de Sesostris.
Ramsés I era un usurpador, y no tenia vínculo alguno
que le uniera á la antigua raza de los Faraones: en
cuanto á su hijo Seti I, á fin de alcanzar derechos
legítimos á la corona, se vi ó precisado á enlazarse con
cierta princesa llamada Tuaa, que descendía en línea
recta de los Thutmosis y los Amenofis. En cuanto le
hubo dado un hijo, asocióla al trono, según nos revela
una inscripción muy extensa grabada en el vestíbulo del templo de Abydos. Con semejante
proceder satisfacía las exigencias de los sacerdotes, cuyo espíritu y tendencias logró cautivar
gracias á sus empresas bélicas, á la inaudita magnificencia y grandiosidad de los edificios y
á los riquísimos dones con que quiso dar testimonio de la veneración con que miraba al
Amon de Tébas. No es posible desconocer que los príncipes de la dinastía décimaoctava
embellecieron á porfía el santuario nacional con obras de gran estima, sobresaliendo princi-
palmente la magnífica sala hipóstila, empezada por Ramsés I, casi terminada por Seti I y
completamente concluida por su hijo Ramsés II, y respecto de la cual cuantas construcciones
anterior ó posteriormente se han hecho en este templo, por más que sean grandes, nada son
y nada significan. Se creerá tal vez que exageramos, y sin embargo, no vacilamos en