Page 481 - Egipto TOMO 2
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DE LA CIUDAD DE AMON A LA CATAEATA
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de ladrillos cocidos, en el cual se distingue una ventana, en contraposición al uso, comun-
mente establecido, de no practicarse aberturas en los muros de cerca de los templos egipcios.
Cuanto más adelantamos hacia el Sur, más parece que el Seth de Kom-Ombu ha vencido
que un poder misterioso impide al Nilo
y alcanzado sobre Horo una victoria duradera y
estériles son sus arenosa» riberas . ¡cuán
bienhechor abrir su mano pródiga. ¡Cuán tristes y
miserables las contadas aldeas que de tarde en tarde se distinguen ¡ cuán
insignificantes y !
fatigoso para la vista el color amarillento de esos peñascos, cuyas sombras parece liabei
arrebatado un demonio del infierno para que no prestaran solaz en las hoias de más caloi .
llega la noche ántes que podamos
Una ligera brisa nos permite remontar lentamente el rio, y
alcanzar la ciudad fronteriza, la ciudad de las cataratas, Asuan, término extremo de nuestio
viaje. Al despertar el dia siguiente, pudimos observar que un cable mantenia unida nuestra
dahabijeh con el desembarcadero de la ciudad, por lo cual abandonamos inmediatamente la
colocándonos en lo más elevado de su cubierta, paseamos la mirada en denedoi,
cámara y
quedando tan agradablemente sorprendidos cual si un mago nos hubiese transportado de
repente á un mundo enteramente nuevo. No sabíamos volver de nuestro asombro, de nuestra
sorpresa, del placer que nos proporcionaba cuanto veíamos. El Nilo parece tocar al téimino
de su corriente, y la dahabijeh dijérase anclada á la orilla de un lago tranquilo y de bellísima
erguidos, levántanse grandes peñascos que, como
forma. Delante de nosotros, amontonados y
todas las piedras de esta región, tienen un reflejo rojo oscuro. Nos hallamos realmente en el
puerto de la antigua Siena, la patria del sienita, en medio de la barra de granito que la
montaña arábiga prolonga hácia el Occidente por entre rocas más recientes, para interrumpii
la corriente del Nilo¡ peno el rio con su pujanza ha logrado romper esta barreia á la altuia
de la primera catarata, cuyo fragor herirá muy pronto nuestros oidos. Indecible es el efecto
que sobre el fondo rojizo de estos peñascos produce el verde oscuro de las graciosas palmeras,
llenas va de sus colosales ramilletes de flores, que por nuestra izquierda rodean á Asuan, sin
que por esto logren ocultar á nuestras miradas la parte alta de la ciudad. Un soberbio frag-
mento de muralla , último resto quizás de un baño destruido , contemporáneo de los Césares
bizantinos ó de los primeros califas, arranca de la orilla y se prolonga delante de nosotros
hácia la isla de Elefantina, cuya superficie, semejante á la de una hoja de olivo silvestre, se
halla cubierta de un campo de verdura formada por las tierras de labor, los arbustos y
las palmeras de un verde muy intenso. Detrás de la isla, por la parte de Oeste, levántase
una de las cordilleras de colinas que forman la montaña líbica, viéndose sobre la misma
las ruinas de una fortaleza árabe que sirven de término al paisaje. Las ennegrecidas murallas
se destacan, formando pintoresco contraste, sobre la arena amarilla del desierto, cuyo aspecto
nos obliga á preguntarnos, qué seria de este valle cubierto de verdura sin el rio que por este
sitio penetra en el Egipto, después de haber salvado la primera catarata, es decir, una de las
obras defensivas más sólidas que en tiempo alguno haya levantado la mano de la naturaleza.
Asuan se halla realmente construida en el suelo de Egipto, y su antiguo nombre egipcio,
Sun, es el que mejor le cuadra, ya que tanto vale como aquel que abre paso. De Sun se