Page 498 - Egipto TOMO 2
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DE LA CIUDAD DE AAIOX A LA CATARAT A 413
» indispensable qne el brazo procediera con todo su vigor; pues de no ocupar constantemente
»el centio de la corriente, no es posible evitar el estrellarse contra las rocas de los lados. El
y experimentado, que contaba sesenta
»anaez que empuñaba el gobernalle, hombre robusto
» años, e&tmo Lgilando anhelante
y cuidadoso en tanto duró el peligro: con sus ojos fijos
»\ penetrantes y su rostro anguloso
y enérgico, semejaba un águila espiando la presa. Al
»piincipio todo marchó á pedir de boca; mas los remos de la derecha estaban manejados por
»dos hombres, al paso que los de la izquierda los impulsaban un hombre y un muchacho.
» Cuando desde la segunda caída se trató de pasar á un nuevo canal, para
lo cual era
» indispensable que los marineros de babor pusieran en juego sus fuerzas todas, éstas no
y el timón quedó delante. Fué este el momento
» bastaron: la corriente hizo girar la chalupa,
»más crítico de la travesía : el arraez no se
» descompuso ni perdió su serenidad un solo
» instante; al contrario, gobernando con el
» pié el obediente timón, auxilió con su
» brazo al más joven de los remeros, ende-
rezó la lancha, púsola en buen camino, y
»sin otra peripecia nos puso en Asuán. La
» travesía había durado cuarenta y dos mi-
» ñutos justos.
Las dos aldeas ocupadas por los mari-
neros en la orilla oriental del rio, llevan
los nombres de Schellal y Mahada, y
ofrecen un aspecto encantador con las nu-
merosas palmeras, sicómoros y otros arbus-
tos que, adheridos á las rocas, crecen en el
mismo lecho del rio ó junto á la orilla.
En ellas vense dispuestas y preparadas gran
número de lanchas y dahabijehs para el
primero que quiere utilizarlas, y que por haber dado por tierra la vuelta á la catarata, desea
seguir más adelante hácia el Sur, solo ó con sus mercancías. Las lindas casas de dichas
aldeas y los grandes montones de dátiles secos que se ven apilados junto al desembarcadero,
revelan muy á las claras que las gentes de la catarata saben aprovecharse como deben de
la favorable situación de su patria. Es verdad que no han llegado á establecer un bazar; mas
aún así, compré en Mahada, á un mercader ambulante, que vendia los objetos más diversos,
hasta aquellos que no tienen nombre en lengua alguna, un eslabón que tenia grabado el
nombre de una pequeña ciudad de Turingia, que conocía perfectamente, viendo además
entre sus baratijas el retrato del príncipe de Bismarck.
Las islas de la catarata, entre Asuan y Philse, ofrecen un aspecto muy pintoresco, y pro-
porcionan abundante cosecha al estudioso, merced á las numerosas inscripciones que cubren
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EGIPTO, TOMO II.