Page 11 - Murray, Gilbert. - Grecia Clásica y Mundo Moderno [1962]
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EL  HELENISMO


       la  espalda.  La  ley  estaba  siempre  por  encima  de  ellos.  No  se  les  con­
       sintió  ejecutar  a  nadie  sin  juicio  previo,  ni  raptar  a  las  mujeres  e
       hijas  de  otros  hombres,  ni  buscar  diversión  propia  o  entretenimiento
       para  la  plebe  en  las  luchas  de  gladiadores.  Antes  de  que  se  pudieran
       permitir  tales  cosas  sería  preciso,  como  dijo  el  filósofo  Demonacte,
      "destruir  el  altar  de  la  Piedad  en  el  agora” .  Incluso  en  la  gue­
       rra,  que  es  cuando  la  mayoría  de  las  normas  éticas  tienden  a  fla­
      quear,  los  griegos  acertaron  a  observar  una  conducta  elevada,  noble:
      ni  cortejos  triunfales,  ni  jactancias,  ni  ultrajes  al  cadáver  del  enemigo,
      ni  ejecuciones  o  torturas  de  prisioneros.  Además,  el  vencedor  griego
      no  erigía  un  monumento  permanente  para  conmemorar  su  victoria:
      se  limitaba  a  levantar  lo  que  se  llamó  un  “ trofeo” ,  que  consistía  en
      un  palo  largo  atravesado  horizontalmente  por  otro  del  que  pendían
      armas  para  señalar  así  el  lugar  en  que  se  había  logrado  la  victoria.
      Pero  ni  el  conquistador  podía  repararlo  ni  el  vencido  derruirlo,  con­
      siguiéndose  así  que  el  transcurso  del  tiempo  fuera  gradualmente  des­
      truyéndolo,  al  modo  en  que  iban  olvidándose  las  viejas  animosidades.
         Por  el  contrario,  los  egipcios  o  los  asirios  mandaban  labrar  gigan­
      tescos  bajorrelieves  de  piedra  caliza  que  todavía  subsisten  al  cabo  de
      dos  mil  años,  y  en  ellos  se  representaban  a  sí  mismos  en  tamaño
      mucho  mayor  del  natural,  recibiendo  el  tributo  de  sus  enemigos  o
      bien  — al  menos  por  lo  que  atañe  a  los  asirios—   formando  pirámides
      con  las  cabezas  de  los  enemigos  y  llevando  prisioneros  a  los  caudillos
      de  éstos,  arrastrándolos  por  la  nariz  atravesada  con  un  anzuelo  y
      vaciadas  las  cuencas  de  los  ojos.  ¿De  qué  otro  modo  podía  un  gran
      rey  hacer  ver  su  grandeza?  Incluso  los  romanos l,  mucho  tiempo  des­
      pués,  tuvieron  por  costumbre  celebrar  sus  horrendos  cortejos  triun­
      fales  en  los  que  el  vencedor  desfilaba  con  gran  pompa  en  su  cua­
      driga,  rodeado  del  botín;  y  tras  él,  arrastrándose,  iban  los  prisioneros,
      encadenados,  a  algunos  de  los  cuales  se  los  estrangulaba  en  el  Tulia-
      num.  En  épocas  posteriores  labraron  esculturas  y  relieves  de  piedra
      en  sus  arcos  de  triunfo,  para  hacer  así  perenne  el  recuerdo  de  la
      gloria  y  de  la  humillación.  Podría  decirse  en  términos  generales  que,
      en  las  grandes  monarquías,  el  único  deber  era  la  obediencia.  “ Hecha
      excepción  de  un  hombre,  los  demás  eran  esclavos” ,  e  incluso  aquél,
      en  la  medida  en  que  tenía  alguna  obligación  que  cumplir,  sólo  había

        1  Cf.  infra,  "Grecia  antigua  e  Inglaterra  moderna” ,  pág,  212.
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