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           cas proporciones puestas en línea, conteniendo die« umbrales
           que corresponden á diez puertas que soportarían portadas
           magníficas. El muelle prehistórico ocupa la parte norte de
           la región de lai ruinas: es la construcción que prueba que
           las riberas del lago Titicaca vinieron á contornear todo el
           frente de la grande metrópoli, sirviendo para el desembarque
           de las canoas, balsas, que eran el medio de navegación la-
           custre. Aparte de estos principales monumentos, existen va-
           rios grupos aislados y dispersos de bloques, monolitos y
           otros fragmentos correspondientes á períodos diversos de la
           civilización de Tiahuanaco, esa mansión del misterio, pas-
           moso testimonio de la primera civilización, donde yacen ol-
           vidados los esplendores de una actividad intelectual que no
           ha sido imitada por las naciones que siguieron á la vida, en
           las edades que se sucedieron.»
               Y se preguntará: ¿Quiénes fueron los iDgeniosos y atre-
           vidos artífices que llevaron á cabo la construcción de eses
           obras titánicas sin iguales? No hay duda que serían hom-
           bres dotados de una fuerza hercúlea y de una inteligencia
           superior, cuyo grado de civilización se encontraba á una
           altura muy elevada. Algunos autores creen que no sería
           aventurado el suponer que esos hombres fueron los mismos
           Caldeos cuyo idioma Súmero, según el Dr. Hyde Clarke y el
           Dr. Pablo Patrón, guarda tanta analogía con el Aymará   y
           el Quechua, 6 talvez, los mismos hombres de raza blanca
           que, se cree, sean los fundadores de los antiguos imperios
           mexicanos; porque, si debemos dar crédito al historiador
           Cieza de León, en el Perú ha habido también, en época leja
           na, una rasa de hombres blancos, como lo asevera este his-
           toriador en el cap. I de la parte II. de su Crónica del Perú,
           donde dice: «Eila isla de Titicaca, en los siglos pasados,
           hubounas gentes barbadas, blancas como nosotros,  y  que sa-
           liendo del valle de Coquimbo un capitán que había por nom-
           bre Cara, llegó donde ahora es Chucuito, de donde, después
           de haber hecho algunas nuevas poblaciones, pasó con su
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