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328           ORIGEN Y CIVILIZACIONES

                Toranxos, escabando una huaca de los indios, encontró
            una calavera y tina canilla enormes que correspondían á un
            hombre de estatura gigantesca.
                Y este juicio de los historiadores y escritores citados,
            parece que fuera algo fundado, máxime cuando la mages-
            tuosa grandeza de esos monumentos antiquísimas, que han
            resistido á los embates de tantos siglos y cuyos restos amon-
            tonados en ruinas asombran el espíritu de los hombres de la
            actual generación, hacen suponer que fueron obras de una
            raza titánica, de poderosa fuerza muscular, y cuyo desarro-
            llo ñoreciente marca una etapa de sobresaliente actividad
            humana y de primitiva civilización tan adelantada que ha
            dejado una luminosa huella de su actuación y su saber.
                La época en que esos gigantes aparecieron en América es
            aún obscura é incierta, pues algunos los suponen de remota
             antigüedad, anteriores al Diluvio universal; y otros, al con-
            trario, los creen casi coetáneos de los Incas, por haberse en-
            contrado todos sus cadáveres sólidos y consistentes.
                El presbítero Velasco,en su Historia del Reino de Quito,
            opina que «esos gigantes fueron muy posteriores á todas las
            demás naciones americanas, no pudiendo exceder su anti-
            güedad los principios de la Bra Cristiana. Gaanto á la pro-
            cedencia de (SOS gigantes, también es incierta: lo único que
            se infiere, es que arribaron á las playas del Pacíñco en gran-
            des embarcaciones de junco, sin traer consigo ninguna mujer
            de su raza, por cuya causa se  colije que su estadía en estas
            comarcas fué de corta duración, extinguiéndose esa raza al
            cabo de algunos años, porque, según aseveran los historiado-
            res Cieza de León en el cap. III de su Crónica del Perú, y el P.
            Acotta en el cap XIX de sn Historia Natural y Moral: «Pa-
            sados algunos añcs, no pudiendo tener otro desfogo de la
            naturaleza, s: entregaron al vicio nefando mutuamente, en
            público y sin rubor alguno; finalmente, estando una vez
            machos de cIIob en ese enorme pecadp, bajó fuego del cielo  y
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