Page 145 - Orgullo y prejuicio
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––Nos veremos con frecuencia en Hertfordshire, espero.

                     ––Me  parece  que  no  podré  salir  de  Kent  hasta  dentro  de  un  tiempo.
                Prométeme, por lo tanto, venir a Hunsford.
                     A  pesar  de  la  poca  gracia  que  le  hacía  la  visita,  Elizabeth  no  pudo

                rechazar la invitación de Charlotte.
                     ––Mi padre y María irán a verme en marzo ––––añadió Charlotte–– y

                quisiera que los acompañases. Te aseguro, Eliza, que serás tan bien acogida
                como ellos.

                     Se celebró la boda; el novio y la novia partieron hacia Kent desde la
                puerta de la iglesia, y todo el mundo tuvo algún comentario que hacer o que

                oír  sobre  el  particular,  como  de  costumbre.  Elizabeth  no  tardó  en  recibir
                carta de su amiga, y su correspondencia fue tan regular y frecuente como
                siempre.  Pero  ya  no  tan  franca.  A  Elizabeth  le  era  imposible  dirigirse  a

                Charlotte  sin  notar  que  toda  su  antigua  confianza  había  desaparecido,  y,
                aunque no quería interrumpir la correspondencia, lo hacía más por lo que su

                amistad había sido que por lo que en realidad era ahora. Las primeras cartas
                de Charlotte las recibió con mucha impaciencia; sentía mucha curiosidad

                por ver qué le decía de su nuevo hogar, por saber si le habría agradado lady
                Catherine y hasta qué punto se atrevería a confesar que era feliz. Pero al

                leer  aquellas  cartas,  Elizabeth  observó  que  Charlotte  se  expresaba
                exactamente  tal  como  ella  había  previsto.  Escribía  alegremente,  parecía
                estar rodeada de comodidades, y no mencionaba nada que no fuese digno de

                alabanza. La casa, el mobiliario, la vecindad y las carreteras, todo era de su
                gusto, y lady Catherine no podía ser más sociable y atenta. Era el mismo

                retrato de Hunsford y de Rosings que había hecho el señor Collins, aunque
                razonablemente  mitigado.  Elizabeth  comprendió  que  debía  aguardar  a  su

                propia visita para conocer el resto.
                     Jane ya le había enviado unas líneas a su hermana anunciándole su feliz

                llegada a Londres; y cuando le volviese a escribir, Elizabeth tenía esperanza
                de que ya podría contarle algo de los Bingley.
                     Su impaciencia por esta segunda carta recibió la recompensa habitual a

                todas las impaciencias: Jane llevaba una semana en la capital sin haber visto
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