Page 148 - Orgullo y prejuicio
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A Elizabeth le dio un poco de pena esta carta, pero recuperó el ánimo al
pensar que al menos ya no volvería a dejarse tomar el pelo por la señorita
Bingley. Toda esperanza con respecto al hermano se había desvanecido por
completo. Ni siquiera deseaba que se reanudasen sus relaciones. Cada vez
que pensaba en él, más le decepcionaba su carácter. Y como un castigo para
él y en beneficio de Jane, Elizabeth deseaba que se casara con la hermana
del señor Darcy cuanto antes, pues, por lo que Wickham decía, ella le haría
arrepentirse con creces por lo que había despreciado.
A todo esto, la señora Gardiner recordó a Elizabeth su promesa acerca
de Wickham, y quiso saber cómo andaban las cosas. Las noticias de
Elizabeth eran más favorables para la tía que para ella misma. El aparente
interés de Wickham había desaparecido, así como sus atenciones. Ahora era
otra a la que admiraba. Elizabeth era lo bastante observadora como para
darse cuenta de todo, pero lo veía y escribía de ello sin mayor pesar. No
había hecho mucha mella en su corazón, y su vanidad quedaba satisfecha
con creer que habría sido su preferida si su fortuna se lo hubiese permitido.
La repentina adquisición de diez mil libras era el encanto más notable de la
joven a la que ahora Wickham rendía su atención. Pero Elizabeth, menos
perspicaz tal vez en este caso que en el de Charlotte, no le echó en cara su
deseo de independencia. Al contrario, le parecía lo más natural del mundo,
y como presumía que a él le costaba algún esfuerzo renunciar a ella, estaba
dispuesta a considerar que era la medida más sabia y deseable para ambos,
y podía desearle de corazón mucha felicidad.
Le comunicó todo esto a la señora Gardiner; y después de relatarle
todos los pormenores, añadió: «Estoy convencida, querida tía, de que nunca
he estado muy enamorada, pues si realmente hubiese sentido esa pasión
pura y elevada del amor, detestaría hasta su nombre y le desearía los
mayores males. Pero no sólo sigo apreciándolo a él, sino que no siento
ninguna aversión por la señorita King. No la odio, no quiero creer que es
una mala chica. Esto no puede ser amor. Mis precauciones han sido
eficaces; y aunque mis amistades se preocuparían mucho más por mí, si yo
estuviese locamente enamorada de él, no puedo decir que lamente mi
relativa insignificancia. La importancia se paga a veces demasiado cara.