Page 151 - Orgullo y prejuicio
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cosas,  no  podía  olvidar  que  ella  fue  la  primera  que  excitó  y  mereció  su

                atención,  la  primera  en  escucharle  y  compadecerle  y  la  primera  en
                agradarle. Y en su manera de decirle adiós, deseándole que lo pasara bien,
                recordándole lo que le parecía lady Catherine de Bourgh y repitiéndole que

                sus opiniones sobre la misma y sobre todos los demás coincidirían siempre,
                hubo tal solicitud y tal interés, que Elizabeth se sintió llena del más sincero

                afecto hacia él y partió convencida de que siempre consideraría a Wickham,
                soltero o casado, como un modelo de simpatía y sencillez.

                     Sus  compañeros  de  viaje  del  día  siguiente  no  eran  los  más  indicados
                para que Elizabeth se acordase de Wickham con menos agrado. Sir William

                y su hija María, una muchacha alegre pero de cabeza tan hueca como la de
                su padre, no dijeron nada que valiese la pena escuchar; de modo que oírles a
                ellos  era  para  Elizabeth  lo  mismo  que  oír  el  traqueteo  del  carruaje.  A

                Elizabeth  le  divertían  los  despropósitos,  pero  hacía  ya  demasiado  tiempo
                que  conocía  a  sir  William  y  no  podía  decirle  nada  nuevo  acerca  de  las

                maravillas  de  su  presentación  en  la  corte  y  de  su  título  de  «Sir>,  y  sus
                cortesías eran tan rancias como sus noticias.

                     El viaje era sólo de veinticuatro millas y lo emprendieron tan temprano
                que a mediodía estaban ya en la calle Gracechurch. Cuando se dirigían a la

                puerta de los Gardiner, Jane estaba en la ventana del salón contemplando su
                llegada;  cuando  entraron  en  el  vestíbulo,  ya  estaba  allí  para  darles  la
                bienvenida. Elizabeth la examinó con ansiedad y se alegró de encontrarla

                tan sana y encantadora como siempre. En las escaleras había un tropel de
                niñas  y  niños  demasiado  impacientes  por  ver  a  su  prima  como  para

                esperarla en el salón, pero su timidez no les dejaba acabar de bajar e ir a su
                encuentro, pues hacía más de un año que no la veían. Todo era alegría y

                atenciones.  El  día  transcurrió  agradablemente;  por  la  tarde  callejearon  y
                recorrieron las tiendas, y por la noche fueron a un teatro.

                     Elizabeth logró entonces sentarse al lado de su tía. El primer tema de
                conversación  fue  Jane;  después  de  oír  las  respuestas  a  las  minuciosas
                preguntas que le hizo sobre su hermana, Elizabeth se quedó más triste que

                sorprendida al saber que Jane, aunque se esforzaba siempre por mantener
                alto el ánimo, pasaba por momentos de gran abatimiento. No obstante, era
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