Page 141 - Orgullo y prejuicio
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Pero, a pesar de que Elizabeth estuviese tan segura sobre este punto, y,
lo que era aún más interesante, a pesar de que a Bingley le impidiesen ver a
Jane, la señora Gardiner se convenció, después de examinarlo bien, de que
había todavía una esperanza. Era posible, y a veces creía que hasta
provechoso, que el cariño de Bingley se reanimase y luchara contra la
influencia de sus amigos bajo la influencia más natural de los encantos de
Jane.
Jane aceptó gustosa la invitación de su tía, sin pensar en los Bingley,
aunque esperaba que, como Caroline no vivía en la misma casa que su
hermano, podría pasar alguna mañana con ella sin el peligro de encontrarse
con él.
Los Gardiner estuvieron en Longbourn una semana; y entre los Philips,
los Lucas y los oficiales, no hubo un día sin que tuviesen un compromiso.
La señora Bennet se había cuidado tanto de prepararlo todo para que su
hermano y su cuñada lo pasaran bien, que ni una sola vez pudieron disfrutar
de una comida familiar. Cuando el convite era en casa, siempre concurrían
algunos oficiales entre los que Wickham no podía faltar. En estas ocasiones,
la señora Gardiner, que sentía curiosidad por los muchos elogios que
Elizabeth le tributaba, los observó a los dos minuciosamente. Dándose
cuenta, por lo que veía, de que no estaban seriamente enamorados; su
recíproca preferencia era demasiado evidente. No se quedó muy tranquila,
de modo que antes de irse de Hertfordshire decidió hablar con Elizabeth del
asunto advirtiéndole de su imprudencia por alentar aquella relación.
Wickham, aparte de sus cualidades, sabía cómo agradar a la señora
Gardiner. Antes de casarse, diez o doce años atrás, ella había pasado
bastante tiempo en el mismo lugar de Derbyshire donde Wickham había
nacido. Poseían, por lo tanto, muchas amistades en común; y aunque
Wickham se marchó poco después del fallecimiento del padre de Darcy,
ocurrido hacía cinco años, todavía podía contarle cosas de sus antiguos
amigos, más recientes que las que ella sabía.
La señora Gardiner había estado en Pemberley y había conocido al
último señor Darcy a la perfección. Éste era, por consiguiente, un tema de
conversación inagotable. Comparaba sus recuerdos de Pemberley con la