Page 15 - COLOMBIA:
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haya sido un hombre de origen humilde quien ennobleció el lenguaje de
                              la   política;   quien,   exhibiendo   un   gran   refinamiento   sintáctico   y   una
                              notable   claridad   de   pensamiento,   haya   tenido   eco   en   un   pueblo
                              pretendidamente ignorante y salvaje.

                              No podemos olvidar que también la gran empresa de renovar la lengua
                              castellana y de convertirla en una lengua americana había sido liderada
                              por   un   indio   nicaragüense,   Rubén   Darío;   y   que   la   gran   poesía
                              colombiana de entonces estaba siendo escrita por un hijo de campesinos
                              de Santa Rosa de Osos que prácticamente nunca había estado en la
                              escuela.  Ello  parece  asombroso pero es  natural: la lengua,  como el
                              sentimiento religioso, es hija de los pueblos; son ellos sus creadores y
                              sus transformadores, y las academias, como los eclesiásticos, no son
                              más   que   los   avaros   administradores   de   un   tesoro   que   no   siempre
                              comprenden.

                                  Lo  que parecía insinuarse   en el  horizonte del  gaitanismo  era una
                              suerte de revolución nacional, de transformación de la ideología que
                              reinaba   por   el   poder   de   los   partidos   en   el   alma   del   pueblo;   y   la
                              conformación de una gran franja de opinión capaz de llevar no sólo a
                              Gaitán a la presidencia sino al país a un nuevo comienzo.


                                Lo que parcialmente habían conquistado países como México, cuya
                              identificación consigo mismos, cuyo respeto por las raíces nativas, cuya
                              afirmación en su propio pueblo, en su música, en su gastronomía, en su
                              indumentaria, en sus tradiciones, eran un ejemplo para el desconcertado
                              continente mestizo, y cuya revolución, sin duda llena de errores y de
                              hechos dolorosos y trágicos, había conferido sin embargo un profundo
                              sentimiento de orgullo y de dignidad a sus gentes.

                              Como suele ocurrir con los magnicidios, el asesinato de Gaitán nos ha
                              sido   presentado   como   el   crimen   solitario   de   un   enajenado   o   de   un
                              fanático. Lo que no podemos ignorar es el clima social y político en que
                              se   cumplió   el   hecho,   los   sectores   visiblemente   interesados   en   la
                              desaparición del líder, y los que se benefician con ella. Si la mano que lo
                              mató fue fanática o fue mercenaria, es algo indiferente: la causa evidente
                              del crimen fue la campaña de difamación realizada contra él por la gran
                              prensa, que lo mostraba como un peligro para la sociedad, como alguien
                              que venía a destruir el país, y que lo caricaturizaba como un salvaje a la
                              cabeza de una banda de caníbales.







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