Page 103 - Fantasmas
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Joe HiLL



      laza y los servía  de merienda.  Era  algo fascinante  verlos  co-
      cerse.  Francis  se  inclinaba  sobre  el suave  borboteo  de la cace-
      rola de melaza, que desprendía un  olor alquitranado  y dulzón,
      y entraba  en  una  suerte  de delicioso  trance  observando  la len-
      ta agonía de los grillos mientras  se  ahogaban.  Disfrutaba  co-
      miendo  aquellos  grillos  de caramelo,  dulces  y crujientes  por
      fuera y aceitosos  y con  sabor a hierba por dentro.  También  dis-
      frutaba viviendo  con  Reagan, y le habría  gustado quedarse con
      ella para  siempre pero,  claro,  al final  tuvo  que  marcharse  con
      su  padre cuando  éste fue a buscarlo.
           Así que un  día en  el colegio le habló  a Huey de los gri-
      llos y Huey quiso ver  cómo  era  aquello, pero  como  no  tenían
      ni melaza  ni grillos,  Francis  atrapó  una  cucaracha  y se  la co-
      mió viva.  Sabía salada  y amarga,  con  un  regusto  áspero y me-
      tálico,  asqueroso  a decir verdad.  Pero  Huey se  rió y Francis
      sintió  un  orgullo tan  intenso  que durante  un  instante  no  fue ca-
      paz de respirar;  igual que un  grillo ahogándose  en  melaza,  se
      asfixiaba  en  una  dulzura  intensa.
           Después  de aquello, Huey convocó  a sus  amigos a un  es-
     pectáculo  de terror  en  el patio del colegio.  Le llevaron  cuca-
      rachas  a Francis  y éste se las comió.  Se metió una  polilla de her-
     mosas  alas verde  pálido  en  la boca y la masticó  despacio;  los
     niños  le preguntaron  qué sentía  y a qué sabía la polilla. «Ham-
     bre», contestó  a la primera  pregunta,  y a la segunda:  «A cés-
     ped». Después  vertió  miel  en  el suelo  para  atraer  a las hormi-
     gas y cuando  estuvieron  dentro  de aquel montón  de ámbar
     brillante  las inhaló  con  ayuda de un  popote.  Las  hormigas  su-
     bieron una  a una  por el tubo de plástico haciendo  un  ruido  se-
     co.  Los  espectadores  rompieron  en  murmullos  de admiración
     y Francis  sonrió  feliz, embriagado  por su  recién  estrenada  po-
     pularidad.
           Lo malo  fue que  no  sabía  lo que  significa  ser  famoso,  y
     se  equivocó  al calcular  la capacidad  de aguante  de sus  admira-




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