Page 126 - Fantasmas
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FANTASMAS



           do hacia  atrás.  Miró  hacia  un  lado y vio las ventanas  que  da-
           ban al sótano.  Empujó  con  la cabeza  una  de ellas, las viejas bi-
           sagras  cedieron  y la puerta  se  abrió  hacia  dentro,  haciéndole
           caer.
                 Esperó  en  completo  silencio  en  una  esquina del sótano,
           detrás  de unas  cañerías  perladas  de agua  helada,  mientras  los
           primeros  rayos  de sol penetraban  por las ventanas  más  altas.
           Al principio  la luz era  débil y gris, después  se  tornó  de un  de-
           licado  tono  limón  e iluminó  lentamente  el espacio  a su  alre-
           dedor, dejando ver  una  segadora de césped, hileras  de sillas  me-
           tálicas  plegadas  y latas  de pintura apiladas.  Descansó  largo
           tiempo  sin dormir,  con  la mente  en  blanco  pero  alerta,  igual
           que el día anterior,  cuando  se refugió bajo el viejo remolque  en
           el vertedero.  El sol se  reflejaba ya con  luz de plata en  las ven-
           tanas  orientadas  al este  cuando  escuchó  los primeros  ruidos
           de taquillas cerrándose  sobre  su  cabeza y pisadas en  el suelo  de
           arriba y voces  sonoras  y potentes.
                 Avanzó  hasta  las escaleras  y trepó por  ellas.  Conforme
           se  acercaba  a las voces  éstas  parecían,  sin embargo,  alejarse de
           él, como  si un  creciente  silencio  lo envolviera.  Pensó  en  La
           Bomba,  aquel sol carmesí  ardiendo  en  el desierto  a las dos de
           la mañana,  y en  el viento  que  azotó  la gasolinera.  Y del hu-
           mo  salieron  langostas  sobre  la tierra.  Conforme  trepaba se  sin-
           tió invadido  de una  euforia  creciente,  una  nueva,  repentina  e
           intensa  razón  de ser.  La puerta  al final de la escalera  estaba  ce-
           rrada y no  sabía cómo  abrirla, así que la golpeó con  uno  de sus
           garfios.  La puerta  tembló  en  el marco.  Esperó.
                 Por fin se  abrió.  Al otro  lado  estaba  Eric Hickman  y, de-
           trás de él, el vestíbulo  rebosaba  de chicos  y chicas  guardando  sus
           pertenencias  en  sus  armarios  y charlando  a voz  en  grito, pero
           para  Francis  era  como  ver  una  película  sin sonido.  Unos  po-
           cos  muchachos  miraron  en  su  dirección,  lo vieron  y se  queda-
           ron paralizados,  congelados  en posturas  antinaturales  junto a sus




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