Page 129 - Fantasmas
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Hijos de Abraham
aximilian los buscó en la cochera y en el establo, has-
ta en la bodega, aunque nada más echar un vistazo
supo que no los encontraría allí. Rudy no se escondería en un
lugar como ése, húmedo y frío, sin ventanas y por lo tanto sin
luz, un lugar que olía a murciélagos y que se parecía demasiado
a un sótano. Rudy nunca bajaba al sótano cuando estaba en ca-
sa, al menos si podía evitarlo. Temía que la puerta se cerrara
detrás de él dejándolo atrapado en aquella sofocante oscuridad.
Por último, Max registró el granero, pero tampoco se ha-
bían escondido allí, y cuando regresó al sendero de entrada re-
paró asombrado en que estaba oscureciendo. No imaginaba
que se había hecho tan tarde.
—¡Se acabó el juego! —gritó—. ¡Rudolf, es hora de irnos!
Sólo que el «irnos» sonó más bien a «irrrnos», o sea, co-
mo el relincho de un caballo. Odiaba el sonido de su voz y
envidiaba a su hermano pequeño su perfecta pronunciación
norteamericana. Rudolf había nacido en Estados Unidos, nun-
ca había estado en Ámsterdam. En cambio Max había pasado
allí los primeros cinco años de su vida, en un sombrío apar-
tamento que olía a cortinas de terciopelo mohosas y a la pes-
te de cloaca que subía desde el canal.
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