Page 134 - Fantasmas
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FANTASMAS
Eres como el caballo del circo que es capaz de sumar dos y dos
y está considerado un prodigio. Te aseguro que lo mismo ocu-
rriría contigo si por una sola vez demostraras la más mínima
comprensión de las cosas. Sería un prodigio.
Soltó la muñeca de Max, que retrocedió tambaleándose,
con el brazo dolorido.
—Ve adentro y quítate de mi vista. Necesitarás descansar.
Ese zumbido dentro de tu cabeza te viene de tanto pensar, y
supongo que es algo a lo que no estás acostumbrado —dijo lle-
vándose un dedo a la sien simulando indicarle dónde residen los
pensamientos. )
—Sí, señor —dijo Max en un tono que, no tenía más re-
medio que admitirlo, sonaba estúpido y pueblerino. ¿Por qué
su padre siempre se las arreglaba para parecer culto y cosmo-
polita, y en cambio él, con el mismo acento, parecía un gran-
jero holandés medio imbécil que sirve para ordeñar vacas, pe-
ro que delante de un libro abierto se quedaría mirando con ojos
desorbitados, asustado y confuso?
Max se volvió hacia la casa sin mirar por dónde iba y se
golpeó la frente con las cabezas de ajo que colgaban del marco
de la puerta. Su padre resopló con desprecio.
Se sentó en la cocina, donde una lámpara encendida en
una esquina de la mesa bastaba para ahuyentar la creciente
oscuridad. Esperó atento, con la cabeza erguida, para poder ver
el jardín por la ventana. Tenía el libro de gramática inglesa abier-
to delante de él, pero ni siquiera lo miraba, era incapaz de ha-
cer otra cosa que no fuera quedarse allí sentado y esperar a
Rudy. Al cabo de un rato estaba demasiado oscuro para ver la
carretera o a alguien que viniera por ella. Las copas de los pi-
nos formaban siluetas negras contra un cielo del color de las
brasas encendidas. Pronto también ese tenue resplandor de-
sapareció y la oscuridad se pobló de estrellas como brillantes
salpicaduras. Max escuchó a su padre en la mecedora, el suave
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