Page 137 - Fantasmas
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Joe HiLL
sin su permiso. Muchas noches se quedaba dormido allí den-
tro y le oían gritar en sueños, maldiciendo en holandés.
—Deja de correr —gritó Max—. Sabes que al final te al-
canzaré,
Rudolf cruzó de un brinco el corral, se apoyó en el cer-
co y saltó por encima de él para después echar a correr hacia
uno de los laterales de la casa, dejando tras de sí una estela de
risas.
—Devuélvemela —dijo Max. Saltó el cerco sin dejar de co-
rrer y aterrizó en el suelo sin perder el equilibrio. Estaba en-
fadado, muy enfadado y la furia lo dotaba de una agilidad
inesperada, inesperada porque tenía la constitución de su pa-
dre: un corpulento carabao al que obligan a caminar sobre
las patas traseras.
Rudy, en cambio, había heredado la complexión delica-
da de su madre, así como su piel de porcelana. Era rápido, pe-
ro Max estaba a punto de alcanzarlo, ya que Rudy volvía la vis-
ta atrás demasiado a menudo, sin concentrarse en una u otra
dirección. Estaba a punto de alcanzar el lateral de la casa y, una
vez allí, Max podría acorralarlo contra la pared e inmovilizar-
lo, impidiendo que huyera hacia derecha o izquierda.
Pero Rudy no intentó ir ni a la derecha ni a la izquier-
da. La ventana del estudio de su padre estaba abierta unos
centímetros, dejando entrever la fresca quietud propia de las
bibliotecas. Rudy se aferró al alféizar con una mano —en la
otra aún llevaba la carta de Max— y, tras un rápido vistazo
atrás, saltó en dirección a las sombras.
Por grande que fuera la ira de su padre cuando llegaban
a casa después de anochecer, no era nada comparada a la que
sentiría si se enteraba de que habían entrado en su santuario
privado. Pero su padre había salido, había ido a alguna parte en
su Ford, y Max no se detuvo a pensar en qué les pasaría si re-
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