Page 140 - Fantasmas
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FANTASMAS



               —No  lo sé, aún no  lo he terminado.
                Pero, conforme  hablaba,  Max  se  daba cuenta  de que ha-
          bía sido un  error,  de que se  había  dejado llevar  por las fasci-
          nantes  posibilidades  de aquel trabajo de clase, el irresistible  «y
          si»...,  y había  escrito  cosas  demasiado  personales  para ense-
          ñárselas  a nadie.  Cosas  tales  como  «tú eras  la única  con  la que
          sabía cómo  hablar y a veces  me  siento tan solo»...  Se había ima-
          ginado a su madre leyendo la carta  de alguna manera,  desde  al-
          gún lugar, tal vez  en  forma  de figura astral  flotando  sobre  él,
          mirando  su  pluma garabatear  el papel, sonriendo  serena.  Ha-
          bía sido una  fantasía  cursi y absurda,  y sólo por pensar  que se
          había  dejado llevar por ella sintió  una  intensa  vergúenza.
                Su madre  ya estaba débil y enferma  cuando  el escándalo
          obligó a su familia  a abandonar  Ámsterdam.  Durante  un  tiem-
          po vivieron  en  Inglaterra,  pero  el rumor  de aquella cosa  terri-
          ble que  había  hecho  su  padre (Max la ignoraba  y dudaba  de
          que  llegara a saberlo  nunca)  los siguió hasta  allí.  Así que  si-
          guieron  camino  hacia  Estados  Unidos.  Su padre estaba  con-
          vencido  de que le habían dado una  plaza en  la facultad  de Vas-
          sar, hasta el punto  de que había invertido  casi todos  sus  ahorros
          en  comprar  una  hermosa  granja cercana.  Pero  cuando  llega-
          ron  a Nueva  York  el decano  los recibió  y le dijo  a Abraham
          Van Helsing que su  conciencia  le impedía contratarlo  para que
          trabajara sin supervisión  con  muchachas  menores  de edad.  Max  '
          no  habría  estado  más  convencido  de que  su  padre había  ma-
          tado  a su  madre  si le hubiera  visto  ahogarla  con  una  almoha-
          da en  su  lecho  de enferma.  No  fue el viaje lo que  acabó  con
          ella, aunque  sin duda contribuyó,  demasiado  esfuerzo  para una
          mujer débil  y  embarazada  que además  sufría de una  infección

          crónica  de la sangre  que le provocaba  moretones  al más  míni-
          mo  roce.  Fue la humillación.  Mina no  pudo sobrevivir  a la ver-

          gúenza  de lo que había  hecho  su  padre,  aquello  que  los obli-
          gó a todos  a huir.




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