Page 139 - Fantasmas
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Joe HiLL
—Mira lo que me obligas a hacer —dijo Max señalando
el frasco de tinta. Entonces se estremeció al darse cuenta de que
eso era exactamente lo que le había dicho su padre unas se-
manas atrás; no le gustaba descubrirse repitiendo sus palabras,
como el muñeco de un ventrílocuo, un muchacho de madera
con la cabeza hueca.
—Lo tiramos y ya está —dijo Rudy.
—Sabe dónde está cada cosa de su despacho. Se dará cuen-
ta de que falta.
—A la mierda. Sólo viene aquí a beber coñac, tirarse pe-
dos y quedarse dormido. He entrado montones de veces. El
mes pasado le robé el mechero para fumar y ni se ha enterado.
—¿Que tú qué? —preguntó Max mirando a su herma-
no pequeño con sincero asombro, y no sin cierta envidia. Eso
de hacer cosas arriesgadas y después contarlas como si nada
le correspondía a él, como hermano mayor.
—¿Para quién es esta carta y por qué has tenido que es-
conderte para escribirla? Te estuve espiando sin que te dieras
cuenta. «Todavía recuerdo tu mano en la mía» —recitó Rudy
en tono burlón y deliberadamente afectado.
- Max se lanzó sobre él, pero no lo suficientemente rápi-
do, y Rudy agitó la carta y empezó a leerla por el principio. Po-
co a poco la sonrisa se le borró del rostro, y su pálida frente
se cubrió de líneas de preocupación. Entonces Max le arrancó
el papel de las manos.
—¿Mamá? —preguntó Rudy completamente desconcer-
tado.
—Es para un trabajo del colegio. Nos preguntaron que
si tuviéramos que escribir una carta a alguien, a quién sería. La
señora Louden ha dicho que puede ser alguien imaginario o un
personaje histórico. Alguien muerto.
—¿ Y piensas entregar eso y dejar que lo lea la señora
Louden?
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