Page 132 - Fantasmas
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FANTASMAS
diatamente y lo agitó con alegría, un gesto tan enternecedor
que puso a Max enfermo. El sonido de su tos áspera y seca lo
persiguió durante un buen trecho de carretera, como un perro
furioso liberado de su correa.
Cuando entró en el jardín el cielo estaba azul oscuro, ca-
si negro, excepto por un tenue resplandor de fuego en el oes-
te, donde el sol acababa de ponerse, y su padre lo esperaba sen-
tado con el látigo en la mano. Max se detuvo al pie de las
escaleras y lo miró. Era imposible ver los ojos de su padre,
ocultos como estaban bajo una maraña de espesas y erizadas
cejas. |
Max esperó a que dijera algo. No lo hizo y por fin Max
se rindió y habló él.
—Todavía hay luz.
—El sol se ha puesto.
—Estábamos en casa de Arlene, a sólo diez minutos.
—Sí, la casa de la señora Kutchner es muy segura; una
verdadera fortaleza, protegida por un granjero renqueante que
apenas puede agacharse por la reuma y una campesina analfa-
beta con las entrañas devoradas por el cáncer.
—No es analfabeta —dijo Max, consciente de que se había
puesto a la defensiva y, cuando habló de nuevo, lo hizo con voz
cuidadosamente modulada para parecer razonable—. No sopor-
tan la luz, es lo que tú siempre dices. Si no está oscuro no hay na-
da que temer. Mira el cielo tan brillante.
Su padre asintió, dándole la razón, y luego añadió:
—¿Dónde está Rudolf?
—Justo detrás de mí.
El padre alargó el cuello simulando con exagerada aten-
ción inspeccionar la carretera vacía.
—Lo que quiero decir es que ya viene —añadió Max—.
Se ha quedado a ayudar a la señora Kutchner a limpiar algo
de la cocina.
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