Page 131 - Fantasmas
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Joe HiLt
tirse incómodo, sino que era una cuestión de temperamento; a
menudo se sentía incapaz de vencer aquella timidez que lo as-
fixiaba.
—Es muy estricto en eso de que estén los dos en casa an-
tes de que oscurezca. ¿No es así?
—Sí, señora.
—Hay muchos como él —continuó—. Una costumbre
que se trajeron de su antiguo país. Aunque cabría suponer que
un médico no sería tan supersticioso. Con estudios y todo eso.
Max reprimió un escalofrío de disgusto. Decir que su fa-
milia era supersticiosa era un eufemismo de proporciones có-
micamente grotescas.
—Aunque yo no me preocuparía por alguien como tú
—continuó—. Seguro que nunca te has metido en líos.
—Gracias, señora —dijo Max, cuando en realidad lo que
quería decir es que deseaba más que nada que volviera a la ca-
sa, se acostara y descansara. En ocasiones tenía la impresión de
que era alérgico a expresarse. A menudo, cuando necesitaba
con desesperación decir algo, podía sentir literalmente la trá-
quea cerrársele e impedirle respirar. Quería ofrecerle su ayuda
para entrar en la casa, acercarse lo suficiente a ella como para
olerle el pelo. Quería decirle que rezaba por ella por las noches,
aunque suponía que sus plegarias no tenían el menor valor; Max
había rezado también por su madre, sin conseguir nada. Pero
no dijo ninguna de estas cosas. «Gracias, señora», fue todo lo
que alcanzó a balbucear.
—Vete —insistió ella—. Dile a tu padre que le he pedido
a Rudy que se quedara para ayudarme a recoger la cocina. Lo
enviaré a casa.
—Sí, señora. Gracias, señora. Dígale que se dé prisa, por
favor.
Cuando llegó a la carretera miró atrás. La señora Kutch-
ner apretaba un pañuelo contra los labios, pero lo retiró inme-
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