Page 133 - Fantasmas
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Joe HiLL
—¿El qué?
—Un saco de harina, creo. Al abrirse, la harina se ha es-
parcido por todas partes. Lo iba a recoger ella sola pero Rudy
le dijo que no, quería hacerlo él, así que le dije que yo venía pri-
mero, para que no te preocuparas. Llegará en cualquier mo-
mento.
Su padre siguió sentado, inmóvil, con la espalda rígida y
gesto impasible, y entonces, cuando Max pensó que se había
terminado la conversación, dijo muy despacio:
—¿Volverá a casa andando solo? ¿En la oscuridad?
—Sí, señor.
—Ya veo. Vete a estudiar.
Max subió las escaleras en dirección a la puerta principal,
que estaba parcialmente abierta. Notó cómo se ponía tenso al
dejar atrás la mecedora, esperando el látigo. Pero en lugar de
ello, cuando su padre se movió fue para sujetarle por la muñe-
ca apretando tan fuerte que sintió que los huesos se separa-
ban de las articulaciones.
Su padre respiró con fuerza, con un sonido siseante que
Max había aprendido a identificar como preludio de un buen
latigazo.
—¿Conocen a sus enemigos y aun así se quedan jugando
con sus amigos hasta que se hace de noche?
Max trató de responder, pero no pudo, sintió cómo se
le cerraba la tráquea y una vez más fue incapaz de pronunciar
lo que quería, pero no se atrevía a decir.
—No espero que Rudolf aprenda, es americano, y en Amé-
rica es costumbre que sea el hijo el que enseñe al padre. Veo
cómo me mira cuando le hablo, cómo trata de contener la risa.
Eso es malo. Pero tú... Al menos cuando Rudolf desobedece
es algo deliberado, puedo ver cómo se está quedando conmigo.
Pero tú lo haces desde la pasividad, sin pararte a pensarlo, y lue-
go te sorprende que en ocasiones no pueda ni mirarte a la cara.
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