Page 156 - Fantasmas
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FANTASMAS


                   La tía Mandy está  sentada  en  un  extremo  del sofá.  Yo
             estoy  en  el otro,  sentado  sobre  mis pies, con  los talones  cla-
             vados  en  los glúteos  y balanceándome  atrás  y adelante.  Soy

             incapaz de quedarme  quieto, hay algo en  mí que necesita  co-
             lumpiarse.  Mi boca está abierta y haciendo  lo que hace siem-

             pre que  estoy  nervioso.  No  me  doy cuenta  de ello hasta  que
             noto  la tibia  humedad  en  las comisuras  de la boca.  Cuando
             estoy tenso  y tengo  la boca abierta  así, un  reguero  de baba se
             escapa  y cae  hasta  la barbilla.  Cuando  estoy  con  los nervios
             de punta,  como  ahora,  me  dedico  a sorber,  succionando  la sa-
             liva de vuelta  a la boca.
                   El árbitro  de la tercera  base,  Comins,  se  coloca  entre  mi
             padre y Welkie,  el árbitro  principal,  oportunidad  que aprove-
             cha Welkie  para  escapar.  Mi padre podría quedarse  con  Co-
             mins,  pero  no  lo hace.  Es un  signo positivo,  una  indicación
             de que aún puede evitarse  lo peor.  Abre y cierra la boca mien-
             tras  agita la mano,  y Comins  le escucha  sonriendo  y negando
             con  la cabeza  en un  gesto firme, pero  comprensivo  y jovial. Mi
             padre se  siente  mal.  Nuestro  equipo pierde cuatro  a uno.  De-
             troit tiene  ahora  a un  novato  lanzando,  un  jugador  que no  ha
             ganado un  solo partido  en  la liga mayor,  que  de hecho  ha fa-
             llado  sus  cinco  primeros  lanzamientos,  pero  que  a pesar  de su
             probada  mediocridad  ha logrado  ocho  ponches  en  sólo cinco
             entradas.  Mi padre se  siente  mal por  el último  strike,  que  fue
             un  batazo  parcial. Se siente  mal porque  Welkie  lo declaró  stri-
             ke sin confirmarlo  antes  con  el árbitro  de la tercera  base.  Era
             lo que  se  suponía que tenía  que hacer, pero  no  lo hizo.
                   Pero Welkie no  necesitaba  confirmarlo  con  Comins  en  la
             tercera  base, porque  era  obvio  que  el bateador,  Ramón  Die-
             go, blandió  el bate sobre  la plataforma  y después,  con  un  giro
             de muñeca,  se  colocó  de nuevo  en  posición de lanzar para que
             el árbitro  creyera  que no  había abanicado.  Pero sí lo hizo, y to-
             do el mundo  lo vio, todo  el mundo  sabe  que  engañó  al árbi-



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