Page 158 - Fantasmas
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FANTASMAS



            gadores de los Tigers se han reunido  alrededor de la plataforma
            del lanzador.  Su segundo base se apresura  a taparse  la boca con
            el guante  para  que  mi padre no  le vea  reír, y vuelve  la cara  ha-
            cia el grupo  de jugadores  con  los hombros  temblándole  de la
            risa.                               as
                  Mi padre salta al foso del banquillo.  En la pared hay tres
            torres  de vasos  de papel de Gatorade.  Les  da un  puñetazo  con
            ambas  manos  y salen  despedidos al campo.  No toca  las bote-
            llas, porque  algunos  de los jugadores  querrán beber luego, pe-
            ro  coge  un  casco  de bateador  por la visera  y lo lanza a la hier-
            ba, donde rebota y rueda hasta la almohadilla  de la tercera  base.
            Entonces  el loco  de mi padre grita algo más  a Welkie  y a Co-
            mins, vuelve  a la zona  del banquillo,  baja unos  cuantos  escalo-
            nes  y desaparece.  Sólo  que no  se  ha ido, y de repente  le vemos
            de nuevo  en  lo alto de las escaleras,  como  si fuera  el asesino  de
            la máscara  de hockey de las películas,  esa  criatura  horrible  que
            cuando  crees  que ha sido  destruida,  que  ha desaparecido  de la
            pantalla y de la historia,  vuelve  para  matar  una  y otra  vez.  En-
            tonces  saca  un  montón  de bates  de uno  de los armarios  y los
            lanza  a la hierba  con  gran  estrépito.  Después  se  queda allí chi-
            llando  y gritando mientras  escupe  saliva y le lloran los ojos. Pa-
            ra  entonces,  el utilero  ha cogido  la chaqueta  de mi padre del
            suelo  y la ha llevado a las escaleras  del foso del banquillo,  pe-
            ro  no  se  atreve  a acercarse  más, de manera  que  mi padre tiene
            que subir y arrancársela  de las manos.  Suelta una  última  ronda
            de insultos  y se pone  la chaqueta  al revés,  con  la etiqueta fue-
            ra,  detrás  de la nuca,  y desaparece  definitivamente.  Es enton-
            ces  cuando  suelto  el aire, aunque  no  soy consciente  de haber es-
            tado  conteniendo  la respiración.
                  —Ha  sido un  buen numerito  —dice  mi tía.
                  —Es  la hora de bañarte,  chico —dice  mi madre, colocán-
            dose detrás  de mí y pasándome  los dedos  entre  los cabellos—.
            Lo mejor se  ha terminado  ya.



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