Page 163 - Fantasmas
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Joe  HiLL



     medad de las vacas  locas. Eso no lo voy a discutir.  Pero conozco
     a Todd  Dickey,  y. no  se  puede  decir  que  sea  un  chico  nor-
     mal.  En el fondo  tiene  alguna clase  de problema.  Cuando  sa-
     le a jugar y le toca  lanzar la tercera  bola siempre aprieta la bo-
     ca  contra  el guante y parece  susurrarle.  Ramón  Diego, nuestro
     short  stop  y uno  de mis  mejores  amigos,  dice  que  está  susu-
     rrando.  Que está mirando  al bateador  que se  dirige al plato y
     susurrando:
           —Gánalos  y machácalos.  Acaba con  ellos.  Gánalos  o ma-
     chácalos.  O cógetelos.  Sea como  sea,  gánalos, machácalos  o có-
     getelos,  cógete a este  tipo, ¡a este  puto!
           Ramón  dice también  que Todd  escupe  en  el guante.
           Y luego, cuando  los muchachos  se  ponen  a hablar  de lo
     que han hecho  con  las groupies  (se supone  que yo no  tengo que
     escuchar  estas  cosas  ni entenderlas,  sino simplemente  tratar  de
     pasar un  tiempo con  atletas  profesionales),  Todd, que presume
     de ser  como  el casto  José,  escucha  con  la cara  hinchada  y una
     mirada  rara  e intensa,  y de repente  le sale un  tic rarísimo  en  el
     lado izquierdo  de la cara  y ni siquiera  es  consciente  de que  su
     mejilla está haciendo  lo que  está haciendo.
          Ramón  Diego opina que es  muy raro,  y yo también.  Eso
     de las ardillas  no  me  lo trago.  Una  cosa  es  ser  un  palurdo  su-
     reño  borracho  que bebe cerveza  helada, y otra  muy distinta un
     asesino  psicópata  al que  le gusta  murmurar  y con  una  enfer-
     medad nerviosa degenerativa  en  la cara.


          Mi padre lleva muy  bien mis manías,  como  aquella vez
     que  me  llevó  con  él a jugar  fuera  de casa  una  final  contra
     los White  Sox y pasamos  la noche  en  el Four  Seasons  de Chi-
     cago.
          Nos  dan  una  suite  con  un  gran  cuarto  de estar  y a un
     extremo  está  su  habitación  y al otro  la mía.  Nos  quedamos
     despiertos  hasta  medianoche,  viendo  una  película  en  la tele-



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