Page 164 - Fantasmas
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FANTASMAS



            visión por cable.  De cena  pedimos  cereales  al servicio  a la ha-
            bitación  (idea de mi padre,  no  mía).  Mi padre está  hundido
            en  su  butaca,  desnudo  a excepción  de unos  calzoncillos,  y
            tiene  los dedos  de la mano  derecha  metidos  dentro  del elás-
            tico,  como  hace  siempre,  salvo  cuando  mi  madre  está  de-
            lante.  Mira  la televisión,  distraído  y somnoliento.  Yo  no  re-
            cuerdo  haberme  quedado  dormido  con  la televisión  puesta,
            sólo  que  me  despierto  cuando  me  levanta  del sofá  de cuero
            para  llevarme  a la habitación  y tengo  la cara  vuelta  hacia  su
            pecho y puedo  notar  lo bien  que  huele.  No  puedo  explicar
            ese  olor, sólo que tiene  hierba y tierra y la dulzura  propia de
            una  piel curtida,  vívida.  Me apuesto  a que los granjeros  hue-
            len igual de bien.
                  Cuando  se ha ido, me  quedo allí tendido,  en  la oscuridad,
            tan  cómodo  como  me  es  posible  en  aquel nido  helado  de sá-
            banas,  y entonces  por primera vez  reparo  en  un  chirrido  leve
            y agudo,  desagradable,  como  cuando  alguien  está rebobinan-
            do una  cinta  de video.  En cuanto  lo oigo noto  el primer pin-
            chazo  en  las muelas.  Ya no  tengo  sueño  —mi  padre,  al levan-
            tarme,  me  ha espabilado un poco,  y las sábanas  congeladas  han
            hecho  el resto—,  así que  me  siento  y escucho  en  la oscuridad
            que  me  rodea.  Oigo el tráfico  de la calle  circular  a gran  velo-
            cidad,  y cláxones  lejanos.  Me  llevo  la radio-despertador a la
            oreja, pero  no  es  ése el ruido  que oigo, así que enciendo  la luz.
            Tiene  que  ser  el aire acondicionado.  En la mayoría  de los ho-
            teles la instalación  de aire acondicionado  consiste  en  un  apara-
            to  que  cuelga de la ventana,  por fuera, pero  no  es  el caso  del
            Four  Seasons,  que es  demasiado  lujoso. Aquí lo único  que en-
            cuentro  es  una  rejilla de ventilación  gris en  el techo, y cuando
            me  coloco  debajo compruebo  que el ruido procede de ahí. No
            lo puedo soportar,  me  duelen  los tímpanos.  Saco  de mi bolsa
            el libro  que  he traído  y me  pongo  de pie en  la cama  para  tra-
            tar  de lanzarlo  contra  la rejilla.



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