Page 169 - Fantasmas
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Joe HitL
llos, y por eso te encuentras cagadas verdes esparcidas por el
suelo. Vamos, es- pintoresca.
Visitamos una serie de tiendas mal iluminadas y con olor
a pachuli. También entramos en una donde anuncian suéteres
gruesos tejidos con lana de llama de Vermont, y suena una mú-
sica suave, de flautas, arpas y piar de pájaros. En otra tienda cu-
rioseamos entre la artesanía local —vacas hechas de cerámica
barnizada, con ubres rosas que les cuelgan mientras saltan so-
bre lunas de cerámica—, y en el hilo musical suenan los ritmos
aflautados y psicodélicos de los Grateful Dead.
Después de visitar una docena de tiendas estoy aburri-
do. Llevo toda la semana durmiendo mal —pesadillas, escalo-
fríos, etcétera—, y tanto caminar me ha cansado y puesto de
mal humor. No ayuda mucho que en el último lugar que visi-
tamos, una tienda de antigúedades en unas viejas caballerizas
reconvertidas, la música de fondo no es new age ni hippy, si-
no algo peor aún: la retransmisión del partido. No hay hilo
musical, sólo una minicadena en el mostrador principal. El
propietario, un hombre mayor vestido con pantalones de pe-
to, escucha la emisión con el pulgar metido en la boca y la mi-
rada-perdida, entre asombrada y desesperanzada.
Me quedo cerca del mostrador, para escuchar, y entonces
comprendo cuál es el problema. Estamos en el plato. Nuestro
primer jugador se prepara para correr hacia tercera y el otro
hacia segunda. Hap Diehl sale a batear y acumula dos strike-
outs en cuestión de segundos.
«Hap Diehl lleva una racha realmente atroz con el ba-
te últimamente —dice el comentarista—. En los ocho últimos
días ha obtenido un bochornoso promedio de ciento sesenta,
y uno no puede evitar preguntarse por qué Ernie le sigue sa-
cando al campo un día tras otro, cuando lo están literalmente
machacando en el plato. Partridge sale ahora a lanzar, tira y,
¡vaya!, parece que Hap Diehl ha intentado batear una bola ma-
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