Page 170 - Fantasmas
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FANTASMAS



          la, quiero  decir realmente  mala,  una  bola rápida que  ha pasa-
          do a un  kilómetro  de su  cabeza.  Un momento,  parece  que  se
          ha caído.  Sí, todo  indica  que  se  ha hecho  daño.»
               La tía Mandy sugiere que vayamos  dando un  paseo  hasta
          Wheelhouse  Park y hagamos un  picnic. Estoy acostúumbrado  a
          los parques  de las ciudades,  espacios  abiertos  y verdes  con  sen-
          deros  de asfalto  y patinadoras  vestidas  de licra.  Pero  Wheel-
          house Park es una  versión  algo pobre de un parque  municipal.
          Está lleno de grandes abetos  de Nueva  Inglaterra,  los senderos
          son  de grava,  así que nada de patinar,  y tampoco  hay zona  de
          juegos.  Ni pistas de tenis, ni de pelota.  Sólo la penumbra  dul-
          ce  y misteriosa  de los pinos —las  ramas  alargadas  de los abe-
          tos  de navidad  no  dejan pasar la luz—, y en  ocasiones  una  sua-
          ve  brisa.  No nos  cruzamos  con  nadie.
               —Más  adelante  hay un  buen sitio para sentarse  —dice  mi
          tía—. Justo después  de ese  bonito  puente  cubierto.
                Llegamos  a un  claro, aunque  también  allí la luz parece  te-
          nue  y oscurecida.  El sendero  discurre  de forma  irregular hasta
          un  puente  cubierto  suspendido  a sólo un  metro  de distancia
          de un  río ancho y de lento  fluir.  En el otro  extremo  del puente
          hay una  extensión  de césped con  algunos  bancos.
               Un solo vistazo  me  basta para  saber que  este  puente  cu-
          bierto  no  me  gusta,  es  evidente  que está hundido  en  el centro.
          En otro  tiempo  estuvo  pintado  de color  rojo, tipo coche  de
          bomberos,  pero  el óxido  y la lluvia  han corroído  casi toda la
          pintura y nadie  se  ha molestado  en  retocarla,  y la madera  que
          queda al descubierto  está seca,  astillada y no  parece  de fiar. Den-
          tro  del túnel  hay diseminadas  bolsas  de plástico,  rotas  y rebo-
          santes  de basura.  Vacilo  un  instante  y la tía Mandy aprovecha
          para avanzar.  La sigo con  tan  escaso  entusiasmo  que cuando  ella
          ya ha cruzado  yo todavía  no  he puesto  el pie en  el puente.
               A la entrada  me  detengo una  vez  más.  Olores  desagrada-
          blemente  dulzones:  a podrido  y a hongos.  Entre  las bolsas  de



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