Page 166 - Fantasmas
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FANTASMAS
—Sí. —Se queda callado un buen rato mientras parece es-
cuchar—. Tienes razón. El aire acondicionado de este sitio es
un asco, pero es un mal necesario. Sin él nos asfixiaríamos co-
mo los bichos metidos en un tarro de cristal puesto al sol.
Oírle hablar me calma, y además; aunque cuando me
subí a su cama las sábanas aún tenían ese frío crujiente de las
habitaciones de hotel, ya he entrado en calor y he dejado de
temblar. Me encuentro mejor, aunque todavía noto punzadas
en la mandíbula que me rebotan en los tímpanos y dentro
de la cabeza. Además, mi padre se está tirando pedos, como
me avisó, pero incluso ese olor a huevo podrido me resulta
vagamente reconfortante.
—Está bien —decide—. Ya sé lo que vamos a hacer. Ven.
Se levanta de la cama y le sigo en la oscuridad hasta el
cuarto de baño. Da la luz. El baño es una amplia estancia con
paredes de mármol beis, grifos dorados en el lavabo y una du-
cha con mampara en la esquina. Es el cuarto de baño de hotel
con el que todo el mundo sueña, vamos. Junto al lavabo hay
una colección de pequeños botes de champú, acondicionador
y loción hidratante, cajitas de jabón y dos frascos, uno con ga-
sas para limpiar y otro con bolas de algodón. Mi padre abre
el de los algodones y se mete uno en cada oreja. Al verle me
echo a reír. Está muy gracioso, allí de pie con dos trozos de al-
godón colgando de sus grandes y bronceadas orejas.
—Toma —me dice—. Ponte esto.
Me meto una bola de algodón dentro de cada oreja y, una
vez que están colocadas, el mundo a mi alrededor se llena de
un clamor hueco. Pero es mi clamor, un fluir continuo de mi
propio sonido, un sonido que me resulta extremadamente agra-
dable.
Miro a mi padre y me dice:
—¿Bsbsbsbs bsbs bs bsbs bsbsbsbsbsbs?
—¿Qué? —le grito, encantado de la vida.
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