Page 24 - Fantasmas
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FANTASMAS



         nancia.  Durante  un  tiempo, acude a una  escuela especial y apren-
         de el lenguaje  de signos, pero  pronto  abandona  las clases.  Los
         otros  minusválidos  —los  sordos,  los cojos, los desfigurados—
         la asquean  con  su  desvalimiento,  sus  deficiencias.
               Intenta,  sin mucha  suerte,  volver  a su  vida normal.  No
         tiene  amigos  íntimos,  ni tampoco  destrezas  que  le permitan
         ejercer un  oficio,  y se  siente  cohibida  por su  aspecto  físico  y
         por su  incapacidad para hablar.  Un día, ayudada por el alcohol,
         reúne  el valor suficiente  para  acercarse  a un  hombre  en  un  bar
         y termina  siendo  ridiculizada  por éste y sus  amigos.
               No puede dormir  a causa  de las frecuentes  pesadillas  en
         las que revive  improbables  y atroces  variaciones  de su  secues-
         tro.  En algunas  de ellas Jim no  es  otra  víctima,  como  ella, sino
         un  secuestrador  que la viola con  pujanza.  Los botones  que lle-
         va pegados  a los ojos son  como  dos espejos  que le devuelven  a
         Cate  una  imagen  distorsionada  de su  cara  gritando,  que,  de
         acuerdo  con  la lógica perfecta del sueño,  ha sido mutilada  has-
         ta convertirse  en  una  máscara  grotesca.  En algunas  ocasiones
         estos  sueños  la excitan  sexualmente,  algo que, a juicio de su psi-
         coterapeuta,  es bastante  común.  Cate abandona  la terapia cuan-
         do descubre  que  el psicólogo  ha dibujado  una  cruel  caricatu-
         ra  de ella en  su  cuaderno  de notas.
               Recurre  a distintas  sustancias  para poder dormir:  ginebra,
         analgésicos,  heroína.  Necesita  dinero  para pagarse  las drogas y
         lo busca  en  el cajón de su  padre.  Éste la descubre  y la echa de
         casa.  Esa misma  noche  su  madre la llama por te'éfono  y le dice
         que su padre está en el hospital —ha sufrido un infarto menor—
         y que no  debe ir a visitarlo.  Poco después, en un centro  para jó-
         venes  minusválidos,  donde  Cate  trabaja medio  tiempo,  un  ni-
         ño clava  un  lápiz en  el ojo a otro,  dejándolo  tuerto.  El inci-
         dente no  ha sido culpa de Cate, pero  en los días posteriores  sus
         adicciones  salen a la luz. Pierde su  empleo e incluso  después de
         haberse  rehabilitado  le resulta  imposible  encontrar  trabajo.




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