Page 26 - Fantasmas
P. 26

FANTASMAS



                El policía le cierra  la puerta  y camina  hasta la parte  de-
          lantera  del coche  para  cerrar  el capó. Con los dedos  agarrota-
          dos por el miedo, Cate se inclina para coger el abrigo. Cosidos
          a cada una  de las solapas hay dos botones  de caras  sonrientes.
          Intenta  abrir la puerta,  pero  el seguro  no  cede.  Tampoco pue-
          de abrir  la ventana.  El capó se  cierra  de golpe. Buttonboy,  el
          hombre  de las gafas de espejo, que no  es policía, esboza una  pa-
          vorosa  sonrisa  y continúa  rodeando  el coche  hasta que llega a
          la puerta  trasera  y una  vez  allí deja salir  al gigante.  Después
          de todo, hacen falta ojos para  conducir.
                En el espeso  bosque  es  fácil perderse  y terminar  cami-
          nando  en  círculos.  Por primera vez  Cate  comprende  que  eso
          es  lo que le ocurrió a ella.  Escapó  de Buttonboy  y del gigan-
          te  corriendo  hacia  el bosque,  pero  nunca  consiguió  salir  de
          él; en  realidad  lleva  desde  entonces  dando  tumbos  entre  la
          oscuridad  y la maleza,  trazando  un  gigantesco  círculo  sin fin
          de vuelta  hacia  sus  captores.  Por fin ha llegado  al que  siem-
          pre  fue su  destino,  y este  pensamiento,  en  lugar de aterrori-
          zarla, le resulta  extrañamente  reconfortante.  Tiene  la impre-
          sión  de  que  su  sitio  está  con  ellos  y este  sentimiento  de
          pertenencia  le produce  alivio.  Así que  Cate  se  arrellana  en  su
          asiento  y se  cubre  con  el abrigo  de Buttonboy  para  prote-
          gerse  del frío.


                A Eddie  Carroll  no  le sorprendió  que hubieran  castiga-
          do a Noonan  por publicar  «Buttonboy».  El relato  se  recreaba
          en  la degradación  de la mujer y su  protagonista  era,  en  cierta
          medida,  cómplice  voluntaria  de los malos  tratos  sexuales  y
          emocionales  de que es  objeto.  Y eso  estaba  mal...  aunque,  bien -
          visto, Joyce  Carol  Oates  escribió  historias  como  ésta y para
          revistas  como  The  True North  Review  y recibió  premios  por
          ello.  Lo que resultaba  verdaderamente  imperdonable  de la his-
          toria  era  su  sorprendente  final.




                                        24
   21   22   23   24   25   26   27   28   29   30   31