Page 28 - Fantasmas
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FANTASMAS



                Carroll  tenía  once  años  cuando  vio La guarida  en  The
          Oregon  Theatre.  Había  ido con  sus  primos,  pero  cuando  se
          apagaron  las luces  y la oscuridad  engulló  a sus  acompañantes
          Carroll  se  encontró  solo, encerrado  en  su  propia y sofocan-
          te cámara  oscura.  En algunos  momentos  tuvo  que hacer ver-
          daderos  esfuerzos  para  no  taparse  los ojos y sin embargo  sus
          entrañas  se  estremecían  en  un  escalofrío  nervioso,  pero  pla-
          centero.  Cuando  por  fin se  encendieron  las luces  todas  sus
          terminaciones  nerviosas  estaban  activadas,  como  si hubiera
          tocado  un  cable de cobre  electrificado.  Una sensación  a la que
          pronto  se  volvió  adicto.
                Más  tarde, cuando  empezó a trabajar y el terror  se  con-
          virtió  en  su  oficio  la sensación  se  aplacó. No desapareció,  pero
          la experimentaba  con  cierta distancia,  más  como  el recuerdo  de
          una  emoción  que como  la emoción  en  sí. Recientemente,  el re-
          cuerdo  se había disipado y dado paso  a una  amnesia  aturdida,  a
          una  somnolienta  falta de interés  cada vez  que miraba el montón
          de revistas  sobre  su  mesa  del salón.  O no.  Había  ocasiones  en
          que sí sentía  miedo, pero  era  miedo  a otra  cosa.
                En cambio,  esto  que  experimentaba  en  su  despacho,  con
          la violencia  de «Buttonboy»  todavía  fresca en su  cabeza, era  un
          auténtico  golpe. El cuento  había  activado  un  resorte  en  su  in-
          terior que le había dejado vibrando  de emoción.  Era incapaz de
          estarse  quieto, había  olvidado  lo que significaba  estar  eufóri-
          co.  Tratando  de recordar  la última  vez  que había publicado —
          si es que lo había hecho alguna vez—  una  historia que le hubiera
          gustado  tanto  como  «Buttonboy»,  fue hasta la estantería  y sa-
          có el último  volumen  de America's  Best New  Horror  (supues-
          tamente  los mejores  cuentos  de terror  norteamericanos  publi-
          cados  hasta  la fecha),  curioso  por comprobar  lo que  le había
          emocionado  de ellos.  Pero  cuando  buscaba  el índice  de conte-
          nidos  abrió por casualidad  la página de la dedicatoria  que había
          escrito  a su  entonces  todavía  esposa  en  un  confundido  arreba-




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