Page 248 - Fantasmas
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FANTASMAS



           ocurrió  que toda aquella mañana  volando  en  el sótano  no  ha-
           bía sido más que una  ilusión, una  fantasía  esquizofrénica,  y que
           ahora me  caería  y me  rompería en pedazos, cuando  la ley de la
           gravedad  se  impusiera.  Pero  en  lugar de eso  descendí,  y des-
           pués me  elevé  con  mi capa  de niño  ondeando  a mi.espalda.
                 Mientras  esperaba  a que  mi madre  se  fuera a la cama  me
           pinté la cara.  Me encerré  en  el cuarto  de baño  del sótano  y usé
           una  de sus  barras  de labios  para dibujarme una  máscara  roja y
           pringosa  en  forma  de anteojos.  No  quería que  nadie  me  viera
           mientras  volaba y, si lo hacían, pensé que los círculos  rojos dis-
           traerían  a mis testigos potenciales  de otros  rasgos.  Además, pin-
           tarme  la cara  me  hacía sentirme  bien, me  excitaba  extrañamente
           sentir  el pintalabios  deslizándose  sobre  la piel. Cuando  ter-
           miné  estuve  un  rato  mirándome  en  el espejo.  Me  gustaba  mi
           máscara  roja. Era sencilla,  pero  con  ella mis facciones  resulta-
           ban distintas,  raras.  Sentía  curiosidad  por  esta  nueva  persona
           que me  miraba  desde  el espejo. Curiosidad  por lo que quería y
           por lo que  era  capaz  de hacer.
                 Una vez  que  mi madre  se  hubo  encerrado  en  su  habita-
           ción  subí al piso de arriba  y salí por  el agujero  de la pared de
           mi dormitorio,  donde  antes  había estado  una  ventana,  y de ahí,
           al tejado. Faltaban  un  par de tejas y otras  estaban  sueltas,  col-
           gando torcidas.  Otra cosa  que mi madre trataría  de arreglar ella
           misma, con  tal de ahorrarse  unos  centavos.  Tendría  suerte  si no
           se  caía del tejado y se  partía el cuello.  Allí donde  el mundo  se
           junta con  el cielo cualquier cosa  es posible, y nadie lo sabía me-
           jor que  yo.
                 El frío  me  hacía  daño  en  la cara  y entumecía  mis  ma-
           nos.  Había  estado  sentado  con  ellas flexionadas  durante  lar-
           go rato,  reuniendo  valor  para  contradecir  cien  mil años  de
           evolución,  gritándome  que  moriría  si me  lanzaba  desde  el te-
           jado. Y al minuto  siguiente  lo había  hecho  y me  encontraba
           suspendido  en  el aire  frío y claro,  a diez  metros  del césped,



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