Page 262 - Fantasmas
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FANTASMAS



               —El  muertoscopio  —respondió  Alinger—.  Extremada-
          mente  sensible.  Póntelo  si quieres,  oirás  el último  aliento  de
          William  S. Ried.
               —¿Es alguien famoso?
               Alinger asintió  con  la cabeza.
               —Fue  famoso  durante  un  tiempo...  famoso  como  lo son
          ciertos  criminales:  objeto de escándalo  y fascinación.  Hace  cua-
          renta  y dos años  se  sentó  en  la silla eléctrica  y yo mismo  cer-
          tifiqué  su  muerte.  Ocupa un  lugar de honor  en  mi museo;  el
          suyo  fue el primer último  suspiró  que capturé.
                Para  entonces  la mujer se  había  sobrepuesto  a su  ataque
          de risa, aunque  seguía con  un  pañuelo  sobre  la boca y parecía
          esforzarse  por reprimir  otra  carcajada.
                —¿Qué fue lo que hizo?  —preguntó  el chico.
                —Estrangular  niños —contestó  Alinger—.  Los metía en
          un  congelador y de vez  en  cuando  los sacaba para mirarlos.  La
          gente colecciona  todo tipo de cosas,  es  lo que yo siempre digo.
          —Se  inclinó  hasta  situarse  a la altura  del niño—.  Adelante,
          escucha  si quieres.
                El niño  cogió los auriculares  y se  los puso,  con  la mirada
          fija, sin parpadear,  en  el recipiente  rebosante  de luz.  Escuchó
          atentamente  durante  unos  minutos,  pero  después  arqueó  las
          cejas y frunció  el ceño.
                —No  oigo nada —dijo mientras  se disponía a quitarse los
          auriculares.  Alinger lo detuvo.
                —Espera.  Hay diferentes  clases de silencio.  El silencio  en
          una  caracola  marina.  El silencio  después  de un  disparo.  El úl-
          timo  suspiro  de aquel hombre  sigue aquí, pero  tus  oídos  pre-
          cisan  tiempo para  habituarse.  Dentro  de un  rato  lo oirás,  su
          particular  silencio  final.
                El niño  agachó  la cabeza  y cerró  los ojos mientras  los
          adultos  lo miraban.  Entonces  sus  ojos se abrieron  de par en par
          y levantó  la vista.  Su cara  regordeta  resplandecía  de emoción.



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