Page 263 - Fantasmas
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Joe HiLL
—¿Lo has oído? —le preguntó Alinger.
El niño se quitó los auriculares.
—Es como un hipo, sólo que al revés. ¿Sabes? Como...
—Se detuvo y respiró jadeando en silencio.
Alinger le revolvió el pelo. La madre se pasó el pañuelo
por los ojos.
—¿Es usted médico?
—Retirado.
—¿Y no le parece que esto es poco científico? Incluso si
fuera usted capaz de capturar el último soplo de monóxido
de carbono que exhalara alguien...
—Dióxido —dijo Alinger.
—No se oiría. No es posible embotellar el sonido del úl-
timo aliento de alguien.
—No —convino Alinger—. Pero no se trata de un so-
nido embotellado, sólo de un silencio determinado. Todos te-
nemos distintos silencios. ¿Acaso su marido tiene el mismo
silencio cuando está contento que cuando está enfadado con
usted, señora mía? Sus oídos son capaces de discernir entre
clases específicas de nada.
A la mujer no le gustó que la llamara señora mía, y en-
tornó los ojos y abrió la boca para decir algo, pero su marido
se le adelantó, proporcionando a Alinger una excusa para dar-
le la espalda a su esposa. El marido se había acercado a un re-
cipiente colocado sobre una mesa junto a la pared, cerca de un
sillón acolchado, de color oscuro.
—¿Cómo consigue coleccionar estos alientos?
—Uso un aspirador, una pequeña bomba de vacío que ab-
sorbe las exhalaciones de un moribundo. Lo llevo siempre en
mi maletín de médico, por si acaso. Yo mismo lo he diseñado,
aunque existen aparatos similares desde principios de siglo XIX.
—Aquí dice Poe —dijo el padre mientras acariciaba una
tarjeta de marfil que había en la mesa, delante del recipiente. *
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