Page 260 - Fantasmas
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FANTASMAS
pre triunfaban estos últimos. Juntó las manos y les sonrió de
manera tranquilizadora y bondadosa. Pero el efecto fue justo
el opuesto. Alinger era un hombre de aspecto cadavérico, de
casi metro noventa de estatura y sienes hundidas. Tenía los dien-
tes (ocho, todos suyos) pequeños y tan grisáceos que pare-
cían empastados. Al verlo el padre retrocedió un poco y la ma-
dre buscó inconscientemente la mano de su hijo.
—Buenos días. Soy el doctor Alinger. Por favor, pasen.
—Ah, hola —dijo el padre—. Sentimos molestarlo.
—No es ninguna molestia, estamos abiertos.
—Ah, estupendo —contestó el padre con un entusiasmo
poco convincente—. ¿Entonces qué...? —Su voz se apagó y se
quedó callado a mitad de la frase, como si hubiera olvidado lo
que iba a decir, no estuviera seguro de cómo expresarlo o no se
atreviera.
Su mujer tomó el relevo.
—Nos dijeron que tenían ustedes una interesante expo-
sición. ¿Es un museo de la ciencia?
Alinger les mostró de nuevo su sonrisa y al padre em-
pezó a temblarle el párpado derecho con un tic nervioso.
—Les han informado mal —respondió—. Esto no es un
museo de la ciencia, sino del silencio.
—¿Cómo? —dijo el padre mientras la madre se limitaba
a fruncir el ceño—. Creo que sigo sin entenderle.
——Vamos, mamá —dijo el niño, soltando su mano de la
de ella—. Vamos, papá. Quiero verlo. Vamos.
—Por favor —dijo Alinger saliendo del guardarropa y
haciendo un gesto hacia el vestíbulo con su mano demacrada
y de largos dedos—. Con mucho gusto les ofreceré una visi-
ta guiada.
Las persianas estaban echadas, de manera que la habita-
ción, con sus paneles de madera de ébano, estaba tan oscura co-
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