Page 259 - Fantasmas
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Último  aliento














               n poco  antes  de mediodía  entró  una  familia, un  hom-
               bre, una  mujer y su  hijo. Eran  los primeros  visitantes
     del día —y Alinger suponía que también  serían los únicos, pues
     el museo  jamás se llenaba— y estaba libre para acompañarles  en
     la visita guiada.
           Los recibió  en  el guardarropa.  La mujer seguía con  un pie
     en  las escaleras  de entrada  dudando  si avanzar  más.  Miraba  a
     su  marido por encima  de la cabeza de su hijo, con  expresión in-
     cómoda,  de indecisión.  El marido  le frunció  el ceño.  Tenía  las
     manos  en  las solapas  de su  pelliza, pero  parecía  dudar  si qui-
     társela o no.  Alinger había visto  esto  cientos  de veces.  Una vez
     que la gente  había  entrado y visto  la tristeza  fúnebre  del vestí-
     bulo, muchos  empezaban  a cambiar  de opinión,  a preguntarse
     si habían  ido al sitio adecuado.  Comenzaban  a pensar  en  darse
     la vuelta  y marcharse  por donde  habían  venido.  Sólo  el niño
     parecía sentirse  cómodo,  y ya se  estaba quitando la chaqueta y
     colgándola  en  una  de las perchas que había  en  la pared, a baja
     altura.
           Antes  de que pudieran  huir, Alinger carraspeó  para  lla-
     mar  su  atención.  Una  vez  que  lo veían,  nadie  se  marchaba;  en
     la pugna  entre  la incomodidad  y los buenos  modales  casi siem-



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