Page 283 - Fantasmas
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Joe  HitL



             Killian había pensado  que tenía  el pelo gris, recogido  en
        un  moño  detrás de la cabeza, pero donde  estaba  sentada  ahora
        la iluminaban  los rayos  de sol que  entraban  por la ventana  y
        vio que tenía  el pelo tan  rubio  como  sus  hijas, casi blanco.
             Se levantó  y salió  de nuevo  de la cocina.  Killian  aprove-
        chó para lavar los platos. La mujer pronto  estuvo  de vuelta con
        unos  pantalones  color caqui y con  tirantes,  una  camisa  gruesa
        de cuadros  y una  camiseta.  Le indicó  el camino  hacia un  cuar-
        to  situado  detrás  de la cocina  y le dejó solo  mientras  se  cam-
        biaba.  La camisa  le quedaba  grande y olía ligeramente  a hom-
        bre, aunque  no  era un  olor desagradable.  También  olía a tabaco
        de pipa; Killian  había visto  una  en  el estante,  sobre  la estufa.
             Salió  con  sus  ropas  viejas y sucias  bajo el brazo,  sintién-
        dose limpio y normal,  con  el estómago  agradablemente  lleno.
        La mujer estaba  sentada  a la mesa  con  uno  de sus  zapatos  vie-
        jos en  la mano.  Sonreía  un  poco  mientras  retiraba  el trozo  de
        arpillera cubierto  de barro.
             —Esos  zapatos  se  han  ganado  un  descanso  —dijo  Ki-
        llian—.  Casi  me  avergúenzo  de cómo  los he tratado.
             La mujer levantó  la cabeza  y lo contempló  en  silencio.
        Miró sus  pantalones,  que llevaba  enrollados  por encima  de los
        tobillos.
             —No  estaba  segura  de si eran  de tu  talla —dijo—.  Pen-
        sé que  quizá él era  más  grande,  o que tal vez  yo lo recordaba
        más  grande.
             —Bueno,  pues  era  tan  grande como  usted  lo recuerda.
             —Cuanto  más  lejos estoy  de él, más  grande me  parece
        —murmuró  ella.
             No había  nada que  Killian  pudiera hacer por ella en  pa-
        go por las ropas  y la comida.  Le dijo que Northampton  estaba
        a casi cinco  kilómetros  y que  debería  irse ya, porque  proba-
        blemente  volvería  a tener  hambre  cuando  llegara  allí y en  el
        Bendito  Corazón  de la Virgen María  le darían un  plato de alu-




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