Page 288 - Fantasmas
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FANTASMAS
dedos de un pie con los del otro. Cuando vio esto el corazón
le dio un vuelco y sintió dolor y alegría a partes iguales.
—¿ Harriet? —dijo—. ¿Eres tú la Harriet Rutherford a la
que escribía poemas de amor en la escuela?
Ella lo miró de reojo por encima del hombro. No tenía que
contestarle; sabía que era ella. Se le quedó mirando un buen ra-
to y abriendo un poco más los ojos. Eran de un verde intenso,
nada pálido, y por un instante Bobby los vio brillar con la in-
confundible emoción de haberlo reconocido. Pero luego giró la
cabeza y continuó leyendo sus hojas.
—Nadie me escribió nunca poemas de amor en el cole-
gio —dijo—. De ser así me acordaría. Me habría vuelto loca de
felicidad.
—Cuando estábamos castigados. ¿Te acuerdas que nos
castigaron durante dos semanas después de la parodia sobre co-
cina? Tú te pusiste un pepino tallado en forma de pene. Decías
que lo dejarías cocer una hora y después te lo pondrías en la
entrepierna. Fue el momento más divertido del grupo de tea-
tro Morirse de Risa.
—No. Tengo muy buena memoria y no me acuerdo de
ese grupo de teatro. —Volvió la vista a las hojas que sujetaba
sobre la rodilla—. ¿Recuerdas algún detalle de esos supuestos
poemas?
—¿Qué quieres decir?
—Un verso. Quizá si recordaras un verso de esos poe-
mas, uno especialmente conmovedor, me acordaría.
Al principio no supo si sería capaz y se la quedó miran-
do con la lengua apoyada contra el labio superior, tratando
de recordar, pero con la mente obstinadamente en blanco. Pe-
ro entonces abrió la boca y empezó a hablar, recordando más
conforme recitaba:
—«Me encanta mirarte cuando te duchas. Espero que no
lo encuentres obsceno.»
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